-Estos levantinos no tienen remedio –comentó Ilona, ocultando
la ternura que le causaba el gesto de Abdul-. Cuando salen de las mil y una
noches se dedican a poner bombas y a luchar en las montañas. No te imagino,
Maqroll, bautizando así un barco tuyo.
-Pobre mujer. Cuánto debe haberle
costado mantener aquí trato con sus clientes y qué tortura debió pasar después
de cada cita. Lo grave es que no hay manera de ayudarla. Es como si viviera en
otra orilla, a donde no le llegan nuestras palabras. Además, no las conseguiría
entender porque pertenecen a un idioma que desconoce. Cada uno de nosotros se
labra su pequeño infierno personal, pero ella ha tenido que cargar, además, con
el de otros que ni siquiera están ya entre los vivos, mala sombra le cayo a la
chaqueña.
... La monotonía de esa
rutina, era ajena a nuestros principios de perpetuo desplazamiento, de rechazo
de lo que pudiera significar un compromiso duradero, una obligada permanencia
en no importa qué lugar de la tierra.
-Yo creo –le dije, después de medir
bien las palabras que iba a usar- que el asunto es más complejo de cómo lo
estás planteando. Es evidente que si esta mujer se queda viviendo en los
escombros del Lepanto, irá, rápidamente, hacia una disolución física y mental
sin remedio. El tiempo de su espera se ha agotado. Frente al abismo, a la nada,
se agarra como náufrago al salvavidas, al rescate que significa tu amistad, tu
comprensión, tu interés hacia la experiencia inconcebible que ha vivido. Pero
lo que veo, con evidencia que me aterra, es que, en lugar de tú sacarla del
tremedal que la devora, es ella la que te está arrastrando con una fuerza que
ni tú misma estás midiendo. Llevarla con nosotros no arreglaría nada, desde
luego. Además no creo que haya nada que consiga sacarla ya del Lepanto. Ella
‘es’ ese barco, forma parte de esos despojos tirados en la costanera; hasta tal
punto que uno no consigue saber dónde termina éstos y dónde comienza ella.
Le respondí que, como
tantas otra veces en nuestras vidas y en las de todos los seres, la respuesta y
la solución que buscamos a los callejones sin salida, las traen el azar, los
recodos insospechados e imprevisibles del tiempo. Me di cuenta que era un
consuelo bastante precario el que trataba de darle y que en su infalible
lucidez, ella estaba pensando ya en que esas esquinas del tiempo también suelen
depararnos el horror inconcebible de sus maquinaciones y sorpresas.
(Ilona llega con la lluvia, Álvaro Mutis)
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