En el Crac de los Caballeros de
Rodas, cuyas ruinas se levantan en un acantilado cerca de Trípoli, hay una tumba
anónima que tiene la siguiente inscripción: “No era aquí”. No hay día en que no
medite en estas palabras. Son tan claras y al mismo tiempo encierran todo el
misterio que nos es dado soportar.
... Como toda persona
que ha recibido una formación militar, para él los civiles somos una suerte de
torpe estorbo que hay que proteger y tolerar; siempre empeñados en negocios
turbios y en empresas de una flagrante necedad, no saben mandar ni saben
obedecer, o sea, no saben pasar por el mundo sin sembrar el desorden y la
inquietud.
... Un día amaneció
muerto, tirado en el suelo de su camarote. En la mano apretaba la Cruz de
Hierro que escondía debajo de la almohada y enseñaba con orgullo en la altamar
de sus borracheras.
... Son sueños que
preludian la felicidad y de los que se desprende una particular energía, una
como anticipación de la dicha, efímera, es cierto, y que de inmediato se
trasforma en el inevitable clima de derrota que me es familiar. Pero basta esa
ráfaga que apenas permanece y que me lleva a prever días mejores, para
sostenerme en el caótico derrumbe de proyectos y desastradas aventuras que es
mi vida.
(La nieve del almirante, Álvaro Mutis)
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