viernes, 14 de marzo de 2008

el libro de la semana

Dublineses

Hablar de los muertos y no del resto de Dublineses es no darle el reconocimiento completo a este gran libro. No obstante, en Los Muertos, desde mi punto de vista, es el parteaguas de Joyce, ya que alcanza la madurez que tanto busca uno como escritor. Existe un suceso curioso con Los Muertos, ya que al leérselo a sus alumnos de inglés, Ettore y Anna, una vez que les narra el final, Anna se levanta, baja a su jardín, corta una flores y se las regala a Joyce; Ettore se acerca a él y le dice que la historia es increíble, y que el en sus tiempo de juventud también quizo ser escritor, pero no lo logró; le pasa al irlandés sus escritos que llevan el seudónimo de Italo Svevo. Los comentarios de Joyce son tan alagadores para el triestino que decide volver a escribir. Pero volvamos con nuestro escrito de la semana: Dublineses son pequeñas historias de la vida de la capital irlandesa. Este libro, practicamente, le costó a Joyce sangre, sudor y lágrimas publicarlo, hasta tuvo que mandarle una carta a la Reina de Inglaterra para que permitiera su publicación, por supuesto que ella nunca le contesto. Entre las historias del libro, quiero resaltar una en especial: “Un Caso Triste” con un dato muy extraño e interesante, donde, el 8 de octubre de 1916, Joyce escribió a Ezra Pound que su hermano, Stanislaus Joyce, entonces apresado por los austríacos, le había mostrado Dublineses a un hombre llamado Gray que estaba preso con él. A Gray le habían gustado todos los relatos salvo “Un Caso Triste”, comentadole que conocía a la mujer, y que el marido de ésta era segundo oficial del frente Holyhead-Kingstown, “y recordaba la noche en que ella había sido atropellada en la estación Sydney Parade, y el hallazgo de la botella en su chaqueta”. Stanislaus le preguntó cuándo había sucedido esto, y Gray respondió: “En el otoño de 1909.” Stanislaus, pálido, sorprendido, replicó: “Mi hermano escribió el relato en Pola, Austria, en 1905.”

Dublineses está basado en epifanías… y una epifanía significa una manifestación de un fenómeno milagroso.

Ciao.


Dublineses

James Joyce

Las hermanas

... A menudo él me decía: No me queda mucho en este mundo, y yo pensaba que hablaba por hablar. Ahora supe que decía la verdad.

Un encuentro

... Pero las aventuras verdaderas, pensé, no le ocurren jamás a los que se quedan en casa: hay que salir a buscarlas en tierras lejanas.

Arabia

Levantando la vista hacia lo oscuro, me vi como una criatura manipulada y puesta en ridículo, por la vanidad; y mis ojos ardieron de angustia y de rabia.

Eveline

Se puso en pie bajo un súbito impulso aterrado. ¡Escapar! ¡Tenía que escapar! Frank sería su salvación. Le daría su vida, tal vez su amor. Pero ella ansiaba vivir. ¿Por qué ser desgraciada? Tenía derecho a la felicidad. Frank la levantaría en vilo, la cargaría en sus brazos. Sería su salvación.

Dos galanes

... Vio en la imaginación a la pareja de amantes paseando por un sendero a oscuras; oyó la voz de Corley diciendo galanterías y de nuevo observó la descarada sonrisa en la boca de la joven. Tal visión le hizo sentir en lo vivo su pobreza de espíritu y de bolsa. Estaba cansado de dar tumbos, de halarle el rabo al diablo, de intrigas y picardías. En noviembre cumpliría treintaiún años. ¿No iba a conseguir nunca un buen trabajo? ¿No Tendría jamás casa propia? Pensó lo agradable que sería tener un buen fuego al que arrimarse y sentarse a una buena mesa. Ya había caminado bastante por esas calles con amigos y con amigas. Sabía bien lo que valían esos amigos: también conocía bastante a las mujeres. La experiencia lo había amargado contra todo y contra todos. Pero no lo había abandonado la esperanza. Se sintió mejor después de comer, menos aburrido de la vida, menos vencido espiritualmente. Quizá todavía podría acomodarse en un rincón y vivir feliz, con tal de que encontrara una muchacha buena y simple que tuviera lo suyo.

La casa de Huéspedes

... Podía imaginarse a sus amigos comentando el asunto a carcajadas. En realidad, ella era un poco vulgar; a veces decía o séase y me han escribido. Pero, ¿qué importancia tenía la gramática si la quería de veras? No podía decidir si debía amarla o despreciarla por lo que hizo. Claro que él también tomó su parte. Su instinto lo compelía a mantenerse libre, a no casarse. Se decía, el que se casa, se desgracia.

Una nubecilla

Cada paso lo acercaba más a Londres, alejándolo de su vida sobria y nada artística. Una lucecita empezaba a parpadear en su horizonte mental. No era tan viejo: treinta y dos años. Se podía decir que su temperamento estaba a punto de madurar. Había tantas impresiones y tantos estados de ánimo que quería expresar en verso. Los sentía en su interior. Trató de sopesar su alma para saber si era un alma de poeta. La nota dominante de su temperamento, pensó, era la melancolía, pero una melancolía atemperada por la fe, la resignación y una alegría sencilla. Si pudiera expresar esto en un libro quizá la gente le hiciera caso. Nunca sería popular: lo veía. No podría mover multitudes, pero podría conmover a un pequeño núcleo de almas afines.

Un triste caso

... ¡Por Dios, qué final! Era evidente que no estaba preparada para la vida, sin fuerza ni propósito como era, fácil presa del vicio: Una de las ruinas sobre la que se erigían las civilizaciones. ¡Pero que hubiera caído tan bajo! ¿Sería posible que se hubiera engañado tanto en lo que a ella respectaba? Recordó los exabruptos de aquella noche y los interpretó en un sentido más riguroso que lo había hecho jamás. No tenía dificultad alguna en aprobar ahora el curso tomado.

... Miró colina abajo y, en la base, a la sombra del muro del parque, vio unas figuras caídas: parejas. Esos amores triviales y furtivos lo colmaban de desespero. Lo carcomía la rectitud de su vida; sentía que lo habían desterrado del festín de la vida. Un ser humano parecía haberlo amado y él le negó la felicidad y la vida: la sentenció a la ignominia y a morir de vergüenza. Sabía que las criaturas postradas allá abajo junto a la muralla lo observaban y deseaban que acabara de irse. Nadie lo quería; era un desterrado del festín de la vida.

Regresó lentamente por donde había venido, el ritmo de la máquina golpeando e sus oídos. Comenzó a dudar de la realidad de lo que la memoria le decía. Se detuvo bajo un árbol a dejar que murieran aquellos ritmos. No podía sentirla en la oscuridad ni su voz podía rozar su oído. Esperó unos minutos, tratando de oír. No se oía nada: la noche era de un silencio perfecto. Escuchó de nuevo: perfectamente muda. Sintió que se había quedado solo.

Efemérides en el Comité

-Ahí tiene a un descendiente directo de Judas si quieren uno. ¡Qué vida la del patriota! Ahí tiene a un tipo capaz de vender a su país por tres peniques, sí, señor, y capaz al mismo tiempo de hincarse de rodilla y dar gracias a Dios Todopoderoso por tener un país que vender.

Un personaje que parecía un clérigo pobre –o un actor pobre- apareció en la puerta.

A mayor gracia de Dios

... Su línea de la vida no había sido la distancia más corta entre dos puntos.

Jesús no era intransigente. Comprendía El nuestras faltas, entendía El las debilidades todas de nuestra pobre naturaleza pecadora, comprendía El las tentaciones de la vida. Podíamos tener todos, de tanto en tanto, nuestras tentaciones: podíamos tener, teníamos todos, nuestras tachas.

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