Y he aquí mi casa en la luz marina
de via Fonteiana, en el corazón matinal:
mi cubil indefenso, ciego de esperanza,
donde quemo la última rémora que me sobra.
Entro y me encierro, mudo y apagado
como un ahorcado solo con su cuerpo y su nombre
¡Y con cuánta dulzura en mi cuarto se cuela
el aceite punzante del sol desangrado!
Ah, ya sé que las perras, con su ladrido,
despiertan ignaras al Dios olvidado:
siento cómo soy y recuerdo cómo fui
visto por la mirada inesperada de Él.
(fragmento de: Récit. Pier Paolo Pasolini)
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