-En este momento debe estar terriblemente cansado -declaró con solemnidad.
-No -le contesté-. No estoy fatigado. Pero voy a decirle cómo me siento, capitán Giles. Me siento viejo. Y debo estarlo. Ustedes, los que se hallan en tierra, me parecen un grupo de jóvenes caprichosos, a quienes nada en el mundo les preocupa.
El capitán Giles no sonrió. Su aspecto era insoportablemente ejemplar.
-Eso pasará -declaró-, pero es verdad que parece haber envejecido.
-¡Sí! -exclamé.
-Es decir... La verdad es que uno no debe hacer mucho caso de nada en la vida, bueno o malo.
-La vida a paso lento -murmuré perversamente-. No todos pueden hacer eso.
-Debe considerarse feliz si todavía puede avanzar, incluso a esa velocidad -me replicó, con su aire virtuoso-. Y todavía hay más: un hombre debe enfrentarse a su mala suerte, a sus errores, a su conciencia y todas esas cosas. Si no, ¿contra qué lucharía uno?
Guardé silencio. No sé que vio en mi rostro, pero me preguntó de pronto:
-Y qué, ¿no está desanimado?
-Sólo Dios sabe, capitán Giles -fue mi sincera respuesta.
-Eso está bien -dijo tranquilamente-. Pronto aprenderá a no desanimarse. Un hombre tiene que aprenderlo todo, y esto es algo que muchos jóvenes no comprenden.
-¡Oh!, yo no soy ya un joven.
-Tiene razón -concedió-. ¿Partirá usted pronto?
-Regresaré a bordo de inmediato. Voy a levar una de las anclas y a virar la otra tan pronto como tenga una nueva tripulación a bordo; y para mañana, ya habré partido cuando salga el sol.
-Creo que lo hará -gruño el capitán Giles, en tono de asentimiento-. Eso es lo que debe hacer. Claro que lo hará.
-¿Qué pensaba? ¿Que iba a tomarme una semana de descanso en tierra? -le dije, molesto por su entonación-. No tendré reposo hasta que haya llevado mi barco al Océano Índico, e incluso allí no descansaré mucho.
Aspiró su puro con aire aburrido y luego, como transformado, dijo, sumido en hondas reflexiones.
-Sí, a eso se reduce todo.
Fue como si un espeso velo se acabara de levantar, revelando a un inesperado capitán Giles. Pero esto sólo duró un momento, apenas el tiempo justo para que agregara:
-Todos disfrutamos de muy poco descanso en la vida. Es mejor no pensar en ello.
(Joseph Conrad. La línea de sombra)
-No -le contesté-. No estoy fatigado. Pero voy a decirle cómo me siento, capitán Giles. Me siento viejo. Y debo estarlo. Ustedes, los que se hallan en tierra, me parecen un grupo de jóvenes caprichosos, a quienes nada en el mundo les preocupa.
El capitán Giles no sonrió. Su aspecto era insoportablemente ejemplar.
-Eso pasará -declaró-, pero es verdad que parece haber envejecido.
-¡Sí! -exclamé.
-Es decir... La verdad es que uno no debe hacer mucho caso de nada en la vida, bueno o malo.
-La vida a paso lento -murmuré perversamente-. No todos pueden hacer eso.
-Debe considerarse feliz si todavía puede avanzar, incluso a esa velocidad -me replicó, con su aire virtuoso-. Y todavía hay más: un hombre debe enfrentarse a su mala suerte, a sus errores, a su conciencia y todas esas cosas. Si no, ¿contra qué lucharía uno?
Guardé silencio. No sé que vio en mi rostro, pero me preguntó de pronto:
-Y qué, ¿no está desanimado?
-Sólo Dios sabe, capitán Giles -fue mi sincera respuesta.
-Eso está bien -dijo tranquilamente-. Pronto aprenderá a no desanimarse. Un hombre tiene que aprenderlo todo, y esto es algo que muchos jóvenes no comprenden.
-¡Oh!, yo no soy ya un joven.
-Tiene razón -concedió-. ¿Partirá usted pronto?
-Regresaré a bordo de inmediato. Voy a levar una de las anclas y a virar la otra tan pronto como tenga una nueva tripulación a bordo; y para mañana, ya habré partido cuando salga el sol.
-Creo que lo hará -gruño el capitán Giles, en tono de asentimiento-. Eso es lo que debe hacer. Claro que lo hará.
-¿Qué pensaba? ¿Que iba a tomarme una semana de descanso en tierra? -le dije, molesto por su entonación-. No tendré reposo hasta que haya llevado mi barco al Océano Índico, e incluso allí no descansaré mucho.
Aspiró su puro con aire aburrido y luego, como transformado, dijo, sumido en hondas reflexiones.
-Sí, a eso se reduce todo.
Fue como si un espeso velo se acabara de levantar, revelando a un inesperado capitán Giles. Pero esto sólo duró un momento, apenas el tiempo justo para que agregara:
-Todos disfrutamos de muy poco descanso en la vida. Es mejor no pensar en ello.
(Joseph Conrad. La línea de sombra)
1 comentario:
Genial.
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