-Lo
peor es –barbotaba caminado a mi lado- lo peor es que uno trabaja sin encontrar
comprensión. ¡Ninguna comprensión!
-No
tiene importancia –dije-. No se debe buscar milagros solamente junto a los
enfermos y los curanderos. ¿Acaso la salud no es un milagro? ¿Y la vida misma?
Lo que es incomprensible ya es un milagro.
... El hombre debe considerarse
por encima de los leones, de los tigres, de las estrellas, por encima de todo
lo que existe en la naturaleza, hasta por encima de lo que no se comprende y lo
que parece milagroso, sino no sería un hombre sino un ratón que teme a todo el
mundo.
-Dígame,
¿por qué lleva usted una vida tan aburrida, tan incolora? –le pregunté a
Belokúrov por el camino-. Mi vida sí es aburrida, pesada y monótona porque soy
pintor, soy un hombre raro; estoy, desde mis años juveniles, maltratado por la
envidia, por el descontento conmigo mismo, por la falta de fe en mi actividad;
soy siempre pobre, soy un vagabundo; pero usted, usted es un hombre normal,
sano; es un terrateniente, un señor; ¿por qué toma usted tan poco de la vida?
¿Por qué, por ejemplo, no se ha enamorado usted de Lida o de Yenia?
-No
se trata de pesimismo ni de optimismo –observé con irritación-. Lo que ocurre
es que el noventa y nueve por ciento de los hombres carece de inteligencia.
-Tengo
una convicción bien definida al respecto –respondí, mientras ella se escondía
detrás del diario como si no quisiera escucharme-. A mi juicio, los puestos
médicos, las escuelas, las bibliotecas, los botiquines, dadas las condiciones
existentes, no sirven sino para la opresión. El pueblo está atado con una gran
cadena y ustedes, lejos de cortarla, le agregan nuevos eslabones. He aquí mi
convicción.
-Lo
importante no es que Ana haya muerto de parto, sino el hecho de que todas estas
Anas, Mavras, Pelagias, encorvan sus espaldas desde el amanecer hasta la noche;
se enferman a causa del trabajo excesivo; durante toda la vida tiemblan por sus
hijos, hambrientos y dolientes; durante toda la vida temen a las enfermedades y
a la muerte; durante toda la vida tratan de curarse, pero se marchitan
temprano, envejecen temprano y mueren en el hedor y en la suciedad; sus hijos,
al crecer, recomienzan la misma historia y así transcurren centenares de años y
miles de millones de personas viven peor que las bestias (sólo por un mendrugo
de pan) sintiendo un miedo continuo. Lo terrible de su situación está en que no
tienen tiempo de pensar en su alma; no tienen tiempo de recordar la imagen
humana; el hambre, el frío, el miedo bestial, la enormidad del trabajo, cual
aludes de nieve, les obstruyeron todos los caminos hacia la actividad
espiritual, es decir, a lo que distinguen al hombre del animal y que constituye
lo único por lo cual vale la pena vivir. Ustedes acuden en su ayuda con
hospitales y escuelas, pero, lejos de liberarlos de sus ataduras, por el
contrario, los esclavizan más aun, ya que, al introducir en su vida nuevos
prejuicios, ustedes aumentan el número de necesidades, sin hablar de que por
los emplastos y por los libros, ellos deben pagar al zemstvo, o sea,
doblar aun más la espalda.
-La
alfabetización de los mujiks, los libros con míseras instrucciones y
máximas y los puestos médicos no pueden disminuir la ignorancia ni la
mortalidad, de la misma manera que la luz de las ventanas no pueden iluminar
este enorme jardín –proseguí-. Ustedes no aportan nada; con su intromisión en
la vida de esta gente ustedes no hace sino crear nuevas necesidades, nuevos
motivos para el trabajo.
-Hay
que liberar a la gente del pesado trabajo físico –sostuve-. Hay que aliviar el
yugo, darles un respiro, para que no pasen toda su vida junto a los hornos, las
artesas y en el campo, sino que tengan también tiempo de pensar en su alma, en
Dios, y que puedan manifestar en forma más amplia sus condiciones espirituales.
La vocación de todo hombre está en la actividad espiritual, en la constante
búsqueda de la verdad y del sentido de la vida. Hagan, pues, que les sea
innecesario el brutal trabajo de bestias; permítanles sentirse en libertad y
verán entonces que estos libritos y botiquines son, en realidad, una burla. Una
vez que el hombre sea consciente de su auténtica vocación, solo podrán
satisfacerle la religión, las ciencias, las artes y no estas menudencias.
-¡Liberarlos
del trabajo! –sonrió Lida-. ¿Acaso ello es posible?
-Sí.
Encárguense de una parte del trabajo de ellos. Si todos los habitantes de la
ciudad y del campo, todos sin excepción, consistiéramos dividir entre nosotros
el trabajo que en general realiza la humanidad para la satisfacción de sus
necesidades físicas, a cada uno no le correspondería quizás más de dos o tres
horas por día. Imagínese que todos, los ricos y los pobres, trabajamos
solamente tres horas por día y el tiempo restante nos queda libre. Imagínese
también que (para depender menos a un de nuestro cuerpo y trabajar menos)
inventamos máquinas que nos reemplazan en ciertas labores y tratamos de reducir
la cantidad de nuestras necesidades hasta el mínimo. Nos templamos a nosotros y
a nuestros hijos para no temer al hambre y al frío y no tener que temblar
constantemente por la salud de ellos, como tiemblan Ana, Mavra y Pelagia.
Imagínese que no nos curamos, no mantenemos farmacias, ni fábricas de tabaco y
de bebidas alcohólicas,...
-La
alfabetización que sólo sirve al hombre para leer los letreros de las tabernas
y a veces libros que no entiende. Esta alfabetización se mantiene en nuestras
aldeas desde los tiempos de Rúrik; Petrushka gogoliano hace ya tiempo que sabe
leer, mientras que el campo quedó igual que en la época de Rúrik. No es la
alfabetización lo que necesitamos sino la libertad para una amplia
manifestación de capacidades espirituales. No son escuelas lo que necesitamos
sino universidades.
... Hay que curar no las
enfermedades sino sus causas. Anulen la causa principal (el trabajo físico) y
no habrá enfermedades. No reconozco la ciencia que cura –continué exaltado-.
Las ciencias y las artes, cuando son auténticas, no aspiran a lograr propósitos
temporales o particulares, sino que tienden hacia lo eterno y lo universal:
buscan la verdad y el sentido de la vida, buscan a Dios y el alma, pero cuando
se las ata a las necesidades y los problemas del día, a los botiquines y las
bibliotecas, ellas no hacen sino complicar y entorpecer la vida. Tenemos muchos
médicos, farmacéuticos, juristas, mucha gente sabe ahora leer y escribir, pero
carecemos totalmente de biólogos, matemáticos, filósofos, poetas. Toda la
inteligencia, toda la energía espiritual se fueron gastando para la
satisfacción de las necesidades temporales, pasajeras... Los sabios, los
escritores y los pintores están abarrotados de trabajo; merced a ellos las
comodidades de la vida crecen cada día, las necesidades del cuerpo se
multiplican, mientras que la verdad queda lejos todavía y el hombre sigue
siendo el animal más feroz y menos pulcro, y todo contribuye para que la
humanidad, en su mayoría, se degenere y pierda para siempre su vitalidad. En
estas condiciones, la vida de un pintor no tiene sentido, y cuanto más talento
tiene, tanto más extraño e incomprensible es su papel, ya que resulta que él
trabaja para la diversión de un animal feroz y sucio, sosteniendo el orden
existente. Y yo no quiero trabajar y no trabajaré... No precisamos nada, ¡que
se hunda la tierra en el infierno!
-Naturalmente.
Somos seres superiores y si, efectivamente, tuviésemos conciencia de toda la
fuerza del genio humano y viviésemos sólo para propósitos supremos, al final
seríamos como dioses. Pero ello no ocurrirá nunca, la humanidad se va a
degenerar y del genio no quedará ni rastro.
Comienzo
a olvidar ya la casa del sotabanco, y sólo alguna vez, cuando escribo o leo, de
repente, sin causa ninguna, me acuerdo ora de la luz verde en la ventana, ora
del ruido de mis pasos que resonaban de noche en el campo, cuando enamorado
volvía a mi casa, frotando las manos por el frío. Y con menos frecuencia aun,
en momentos cuando me oprime la soledad y estoy triste, empiezo a recordar
vagamente y me parece entonces que a mí también alguien me recuerda, me espera
y que nos encontraremos...
Missus, ¿dónde estás?
(La casa del sotabanco -relato de un pintor-, Antón Chéjov)
No hay comentarios:
Publicar un comentario