Trepliov.-... cuando les veo,
digo, intentando extraer una moral de sus frases y de sus escenas vulgares; una
mediocre y cómoda moral casera fácil de comprender; cuando me presentan bajo
mil formas diferentes lo mismo, de siempre una y otra vez..., siento deseos de
escapar, me escapo como se escapaba Maupassant de aquella torre Eifffel que le
aplastaba con su vulgaridad absoluta.
Sorin.- Debo de admitir que
admiro a los escritores, muchacho. Hace años, ¿Sabes?, deseaba ardientemente
dos cosas: casarme y ser novelista. Ninguna de las dos las he conseguido. Sí,
incluso ser un literato de segunda fila debe ser agradable...
Trepilov.- ¡Personajes vivos! No
hay por qué representar a la vida tal y como es, ni cómo debería ser, sino como
la imaginamos en sueños.
Dorn.- Porque la obra de arte
debe, desde luego, expresar alguna gran idea.
Dorn.- ¡Sí! Ahora..., no debe
representar sino lo que es importante, eterno. Ya sabe que yo he sido un hombre
de vida intensa, y que he tenido buen gusto. Y estoy satisfecho. Pero si en
alguna ocasión hubiera sentido el impulso espiritual que sienten los artistas
en el momento de la creación, me parece que hubiera despreciado mi envoltura
humana, y todo cuanto ésta supone, y hubiera volado a las alturas, muy por
encima de la tierra.
Dorn.- Y hay algo más. Una obra
de arte ha de expresar una idea con claridad y resueltamente. Tiene usted que
saber para qué escribe, pues si sigue usted el sendero encantado de la
literatura, sin un fin definido en su mente, se extraviará y su talento acabará
arruinándole.
Nina (Sola).- Yo imaginaba
que la gente célebre era orgullosa, inaccesible, y que despreciaba a la masa,
por conceder ésta más valor a la nobleza, a los títulos, a la fortuna, que se
vengaban de ella con la gloria de sus nombres. ¡Pero ahí están; lloran, pescan,
juegan a las cartas, se ríen y se enfadan como todo el mundo!
Trigorin.- Si me alaban, me
resulta agradable, y cuando me critican, me paso un par de días de mal humor.
Trigorin.- ¿Yo?... (Se encoge de
hombros.) ¡Hum!... Habla usted de la felicidad, de una vida espléndida e
interesante, pero para mí todas esas palabras, y perdóneme, son como los
bombones de fruta, que nunca los como. ¡Es usted muy joven y muy generosa!
Trigorin.-... (Tras un instante
de reflexión.) Usted sabe lo que es tener una idea fija, por ejemplo,
cuando se le impone a uno, a la fuerza, un pensamiento que le tortura
haciéndole pensar día y noche...; por ejemplo, la luna. ¡Pues bien; yo también
tengo mi luna! Día y noche vivo dominado por una idea: “¡tengo que escribir,
tengo que escribir, tengo que...!” Apenas he terminado una novela, y sin saber
porqué, tengo que comenzar una segunda, y luego otra, y otra... Escribo
febrilmente, sin darme tregua, y no puedo obrar de otro modo. ¿Y qué hay en
todo esto, Le pregunto yo, de maravilloso o de brillante? ¡Qué vida tan buena
la mía! Aquí estoy ahora, hablando animadamente con usted y sin dejar, no
obstante, de recordar en todo momento que hay una novela a medio terminar, que
me aguarda... Yo soy el principal obstáculo para mi tranquilidad. Siento que
estoy devorando mi propia vida, pues, para conseguir la miel que luego entrego
a unos pocos de los seres que pueblan el espacio, he de recoger antes el polen
de mis mejores flores, privándolas de él para siempre, destrozándolas y
pisoteando sus raíces... En cuanto a mis comienzos como escritor, los mejores
años de mi vida, el escribir fue un continuo tormento para mí. Un escritor de
segunda fila, sobre todo cuando la suerte no le acompaña, se considera a sí
mismo inepto, insuficiente...., pensando que está de más.
Trigorin.-Sí, mientras escribo
paso ratos agradables. Y también me resulta grata la corrección de pruebas,
pero..., tan pronto como la obra ha salido de la imprenta, no puedo seguir
soportándola.
Trigorin.-... Peor lo peor de todo es que me parece que vivo envuelto en
una especie de bruma, y a menudo no yo mismo entiendo lo que escribo. ¡Amo está
agua, estos árboles, este cielo! ¡Siento la naturaleza, que es la que excita en
mí la pasión y el invencible deseo de escribir! Pero, compréndalo, no puedo
limitarme tan sólo a ser un paisajista. Soy también un ciudadano, amo a
mi país, a su pueblo. Como escritor, comprendo que tengo el deber de escribir
sobre ese pueblo, sobre sus sufrimientos, su futuro; y también que debo hablar
de la ciencia, de los derechos del hombre, y etcétera..., etc... Y escribo
sobre todo ello precipitadamente, mientras todos son a meterme prisas, a
enfadarse, en tanto yo me agito de un lado para otro como el zorro acosado por
los perros. ¡Veo que la vida y la ciencia siguen adelante, mientras yo me quedo
más y más atrás constantemente, como un “mujik” cuando pierde el tren, y que al
final, sólo sé describir paisajes, y que, en todo el resto de lo que escribo
soy falso hasta la medula de los huesos!
(La gaviota, Antón Chéjov)