A la filosofía le ocurre entonces lo que
a la mala pintura, que imagina que la dignidad de una obra y la celebridad que
adquiere depende de la dignidad de los objetos representados; un cuadro de la
batalla de Leipzig valdría más que una silla en perspectiva caballera. La
diferencia del terreno conceptual con el artístico en nada altera la mala
ingenuidad. Cuando el proceso de abstracción carga a toda conceptuación con la
ilusión de la magnitud, al propio tiempo se acumula en él, por efecto de la
reflexión y la visión clara, su antídoto: la autocrítica de la razón es su más
auténtica moral. Lo contrario de ella, lo que se ve en la fase última de un
pensamiento a disposición de sí mismo, no es otra cosa que la eliminación del
sujeto.
(T. W. Adorno, Minima Moralia)
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