Aún mantuve durante varios años, relaciones públicas con el Todopoderoso, pero en privado dejé de visitarle. Sólo una vez tuve el sentimiento de que existía. Había jugado con unos fósforos y quemado una alfombrita. Dios me vio, sentí Su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuvo dando vueltas por el cuarto de baño, horriblemente visible, como un blanco vivo. Me salvó la indignación; blasfemé, murmuré como abuelo: "Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios". No me volvió a mirar nunca más.
(Las palabras, Jean-Paul Sartre)
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