Soy el último Bioy. No me queda
sino aburrirme y aún así, tan solo, ni vale la pena. Hablaba tanto con él. Y
ahora pienso en la enorme cantidad de cosas de las que no he hablado. Uno vive
tan distraído al lado de su padre.
... Me pregunté qué posibles
errores alentaba la vanidad (porque pensaba que de ella me venían todos los
males) y de pronto me dije que nunca más volvería a escribir para los críticos
y que me comprometía a olvidar para siempre la reconfortante esperanza de leer
“Bioy fue el primero en emplear el término... el procedimiento...”. No, no
escribiría para mi renombre sino para la coherencia y la eficacia del texto y
para los lectores. Creo que ésta fue una decisión favorable.
... Borges descuella en la serie
completa de tareas literarias. Con claridad, por cierto, distingue las
actividades laterales y el verdadero trabajo. Muy al comienzo de nuestra
amistad, me previno.
-Si
quiere escribir, no dirija editoriales ni revistas. Lea y escriba.
Años
después comenté el consejo:
-Así
uno escribe mucho y sobre todo mal. Hay que ver los libros que por entonces yo
publicaba.
-Cuantos
antes cometa uno sus errores –contestó- mejor. Yo pasé por periodos de escribir
con arcaísmos españoles y con palabras del lunfardo, y después por el
ultraísmo. De vez en cuando encuentro a gente que padece errores parecidos, y
pienso: “Yo estoy libre, porque ya los cometí”.
Todo libro mío de la
década del 30 debió recordarle que su interlocutor –tan corriente y hasta
razonable cuando conversaban- ocultaba a un escritor erróneo, incómodamente
fecundo. Con generosidad Borges escribió sobre esos libros, elogiando lo que
merecía algún elogio, alentando siempre.
(Escritos autobiográficos, Adolfo Bioy Casares)
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