–Yo no
quiero eso –repuso ella–. Me parece maravilloso que tengas una chica que no
sabe leer ni escribir y así no tienes que recibir cartas suyas. Me parece
maravilloso que no sepa que eres escritor y ni siquiera que existen esas cosas,
los escritores.
–¿Qué es lo
que tenéis en común, en realidad?
–África,
supongo, y una especie de confianza no demasiado simple y algo más. Es difícil
de decir.
... Había llegado a esa edad en que el principal atractivo
de las mujeres es contemplarlas y me contó muchas veces que la señora Singh era
probablemente la mujer más hermosa del mundo después de miss Mary.
–Odio la
palabra pronto. Tú y pronto sois unos hermanos mentirosos.
–Entonces
no vendremos ninguno de los dos.
–Tú ven y
trae a pronto contigo.
–Lo haré.
–Por eso es
que ella lava tanto su vestido. Ella quiere ser como la máquina de lavar para
agradarte. Tiene miedo de que tú te sientes lejos de la máquina de lavar y te
marches. Hermano, señor, esto es una tragedia. ¿Tú no puedes hacer algo
positivo por ella?
–Dile que
no existe la palabra amor. Igual que no existe la palabra perdón.
–Eso es
verdad. Pero existe la cosa, aunque no exista la palabra para decirla.
Yo sabía
que lo sabía. Pero era un informador y había sido derrotado por la vida hacía
mucho tiempo y eran los bwanas quienes lo habían arruinado aunque él echaba
toda la culpa del negativo trance a una esposa somalí... Nadie sabe cuánto hay
de verdad en lo que dice un informador.
... Y aquí estaba yo con una mujer a la que quería y que me
quería y toleraba mis errores y se refería a esa chica como mi novia, tolerante
porque en cierta forma era un buen marido y por otras razones de generosidades
y bondad y desprendimiento y queriendo que supiera más cosas de aquel país de
las que tenía derecho a saber.
... Decir eso y hacer el chiste de kamba era una señal de
amistad, hecha al amanecer cuando el punto de ebullición de la amistad es bajo,
para mostrar, amablemente, que sabía que yo intentaba aprender kamba con los no
musulmanes y otras gentes de mal vivir y que él lo aprobaba o toleraba.
Hay mucha
diferencia entre un león salvaje y un león merodeador y el tipo de león que los
turistas fotografían en el parque nacional, lo mismo que la hay entre el viejo
oso pardo que sigue la cuerda de la trampa y la destroza y te arranca el techo
de la cabaña y se come las provisiones y nunca consigues llegar a verlo y los
osos del parque de Yellowstone que se acercan a la carretera para que los
fotografíen. Es verdad que los osos del parque hieren a gente todos los años y,
si los turistas no se quedan dentro del coche, pueden tener problemas. Incluso
dentro de sus coches tienen problemas alguna vez y algunos osos se vuelven
malos y hay que sacrificarlos.
(Al romper el alba, Ernest Hemingway)
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