A la inmensidad del
universo corresponde en el genio la inmensidad de su pecho, que encierra en su
interior el caos y el cosmos, todas las particularidades y la totalidad, toda
la multiplicidad y toda la unidad.
Un hombre se puede
denominar genial cuando vive en relación consciente con el universo. Tan sólo
lo genial es lo verdaderamente divino que hay en el hombre.
... Goethe lo repite en los célebres versos:
Quien no levante su mirada hacia el Sol
No llegará a descubrirlo.
Si no existe en nosotros la fuerza propia de los dioses,
¿Cómo podremos embelesarnos ante la divinidad?
El hombre es el todo, y
por ello no depende, como si fuera sólo una parte, de las restantes partes; no
está acantonado en un determinado lugar entre las leyes de la naturaleza, sino
que es el compendio de todas las leyes, y, por lo tanto, libre, de igual modo
que es libre y no condicionado el universo.
... Se coloca en la relación más apasionada con los símbolos y los
valores, y sabe valora e interpretar no sólo lo que hay en él, sino también
todo lo que le rodea. En este sentido este hombre es al mismo tiempo el más
libre y el más sabio, el más moral, y precisamente
por esto sufre más que nadie por lo que todavía hay en él de inconsciente: el caos,
el destino.
De ningún modo. Como la
verdad sólo es una, existe tan sólo una única necesidad de verdad –la
“sinceridad” de Carlyle-, que se siente tanto frente a sí mismo como
frente al mundo, sin que pueda escindirse jamás, y así no hay observación del
mundo sin autoobservación, y no hay autoobservación sin observación del mundo.
Sólo hay un deber, sólo existe una moralidad. Se podrá ser moral o inmoral, y
quien sea moral para sí mismo lo será también para los demás.
... El lema de la obra de Schopenhauer, Ensayos sobre el fundamento de
la moral: “La moral es fácil de predicar pero difícil de fundar”
(Sexo y Carácter, Otto Weininger)
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