La
actual cultura de masas es históricamente necesaria no sólo como resultado del
cerco impuesto a la totalidad de la vida por la empresa monstruo, sino también
como consecuencia de lo que parece el extremo opuesto a la hoy dominante
estandarización de la conciencia: la subjetivización estética. Cierto es que
los artistas han aprendido, conforme iban internándose en sí mismo, a renunciar
al juego infantil de la imitación de lo externo. Pero al propio tiempo han
aprendido también, por efecto de la reflexión del alma, a disponer cada vez más
de sí mismos. El progreso de su técnica, que les trajo una libertad e
independencia cada vez mayores respecto a los heterogéneo, tuvo por resultado
una especie de cosificación, de tecnificación de la interioridad como tal.
Cuanto mayor es la superioridad con que el artista se expresa, menos tiene que
“ser” lo que expresa, y en tanta mayor medida se convierte lo expresado, esto
es, el contenido de la subjetividad misma, en una mera función del proceso de
producción. Esto lo notó Nietzsche cuando acusó a Wagner, al dompteur de
la expresión. De hipocresía, sin darse cuenta de que no era una cuestión de
psicología, sino de la tendencia histórica. Perola transformación del contenido
de la expresión, en la cual pasa a ser de emoción difusa a material
manipulable, hace del mismo algo asible, exhibible, comerciable. La
subjetivización de la lírica en Heine, por ejemplo, no está en simple
contradicción con sus rasgos comerciales, sino que lo comercial es la
subjetividad misma administrado por la subjetividad. El uso virtuosos de la
“escala” que desde el siglo XIX define a los artistas supone la transformación
del propio impulso interior en periodismo, espectáculo y cálculo no
primariamente por deslealtad. La ley cinética del arte, consistente en el
autodominio y por ende, lo objetivización del sujeto, apunta a su caso: el
carácter antiartístico del cine, que registra administrativamente todos los
materiales y todas las emociones para expenderos, está segunda exterioridad
aparece en el arte cual un creciente dominio sobre la naturaleza interior. El
tan traído histrionismo de los artista modernos, su exhibicionismo, es el gesto
con que se exponen así mismos como mercancía.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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