Hay que imitar a las dos liebres; cuando suena el disparo, darse por muerto,
volver en sí, reponerse y, si aún queda aliento, escapar del lugar. La fuerza
del miedo y la de felicidad son la misma, un ilimitado y creciente estar
abierto a la experiencia hasta el abandono de sí mismo, a una experiencia en la
que el caído se recupera. ¿Qué sería una felicidad que no se midiera por el
inmenso dolor de lo existente? Porque el curso del mundo está trastornado. El
que se adapta cuidadosamente a él, por lo mismo se hace partícipe de la locura,
mientras que sólo el excéntrico puede mantenerse firme y poner algún freno al
desvarío. Sólo él podría reflexionar sobre la apariencia del infortunio, sobre
la “irrealidad de la desesperación” y darse cuenta no solamente de que aún
vive, sino además de que aún existe la vida. La astucia de las impotentes
liebres salva también al mismo cazador, al que le escamotean su propia culpa.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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