... Cuando descendí
del auto el espectáculo me dejó sin habla. La transparencia del aire era
absoluta. Cada grúa de los muelles, cada junco de la orilla, cada embarcación
que cruzaba en un silencio irreal por las aguas inmóviles de la bahía, tenía
una presencia tan neta que tuve la impresión de que el mundo acababa de ser
inaugurado. Al fondo, con igual precisión, en una cercanía inconcebible, se
alzaba la ciudad que construyó Pedro Romanoff para cumplir un delirio de
autócrata genial y un sórdido propósito de astuto vástago de Iván el Terrible.
Los blancos edificios y las relumbrantes cúpulas de las iglesias, los muelles
de granito color sangre y los deliciosos puentes de estilo italiano que cruzan
los canales, estaban al alcance de mi mano. Una inmensa bandera roja, ondeando
sobre la fachada del almirantazgo, me regresaba a un presente cuya
desleída necedad resultaba impensable en
ese instante en ese escenario sobrecogedor por la perfección de sus
proporciones y la traslúcida presencia de un aire de otro mundo.
La vida hace, a menudo, ciertos
ajustes de cuentas que no es aconsejable pasar por alto. Son como balances que
nos ofrece para que no nos perdamos muy adentro en el mundo de los sueños y de
la fantasía y sepamos volver a la cálida y cotidiana secuencia del tiempo en
donde en verdad sucede nuestro destino.
... Una y otra se
complementarían en mis sueños, trasmitiéndose su voluntad de permanencia
gracias a eso vasos comunicantes a través de los cuales también sucede la
poesía.
... Dice el Dante que
no hay mayor dolor que recordar en la miseria los tiempos felices. Pero hasta
eso debemos hoy hacerlo solos y está bien que así sea.
... Esas palabras me
dolieron en lo más hondo de mis sentimientos de anónimo partidario del carguero
que conocí entrando al puerto de Helsinki, con la serena e imponente dignidad
de los grandes vencidos.
... Dije que nunca más
vi el tramp steamer, pero, en cambio, cuando volví a tener noticias
suyas fue para conocer la desoladora plenitud de su historia. Pocas veces los
dioses nos conceden que se corran los velos que disimulan ciertas zonas del
pasado: Tal vez se deba a que no siempre estamos preparados para ello. Ignoro
qué tan felices puedan ser aquéllos que consultan oráculos más altos que su
duelo.
... Yo, por ejemplo,
detesto el tren. Me da la impresión que son demasiados fierros y mucho ruido
para un esfuerzo tan... tan necio diría yo”.
... Sólo que, en mi
caso, por esa rendija se me escapó la vida. La vida que quise vivir, es claro.
Esta de ahora es una tarea en donde sólo pongo el cuerpo. No es que lo hubiera
perdido todo. Es que perdí lo único por lo que valía la pena seguir apostando
contra la muerte”.
... Estas condiciones
de hermosura y balance de Warda ejercieron en él, desde el principio, una
influencia cuya profundidad y ramificaciones se fueron haciendo cada vez más
evidentes y decisivas. Aunque podía sonar enfático y exagerado, el mundo había
cambiado para Jon. Si el mundo albergaba a alguien así, entonces no era lo que
hasta entonces había creído. Iba a cumplir cincuenta años dentro de pocos días
y, de repente, todo lo que lo rodeaba tenía un aspecto por completo nuevo y
desconcertante. Era muy difícil explicar. El adjudicarle el término de amor a
un fenómeno tan total era caer en una simpleza, en una inaudita
superficialidad. Con esa palabra se jugaba casi siempre con cartas marcadas.
Aquí algo había despertado que, por ahora, no era posible encerrar en palabras.
... Se hacía la vana
reflexión de que, a los cincuenta años, cuando pensaba que desde mucho tiempo
atrás había cancelado esta clase de experiencias, era un tanto preocupante el
caer de lleno en un callejón sin salida en donde sólo conseguiría cosechar, si
se arriesgaba a seguir adelante, la ducha helada de un bien merecido rechazo.
Al entrar a la desembocadura del Tajo, el corazón le palpitaba como a cualquier
adolescente en la banca de un parque público.
... “Mientras esto
dure, así será, como es ahora. No podrá ser de otra forma y los dos lo sabemos
muy bien. Lo importante es no tratar de modificar la situación, ni dejar que
otros intervengan para intentarlo. Depende de nosotros y no hablemos más de eso
porque, además de aburrido, es inútil”.
... “¡No, por Dios!,
no se trata de eso. Ahora no podría soportar ni siquiera la idea de no vernos
más. Tengo que poner los pies en la tierra, pero te llevo conmigo. Tu me
entiendes, tú lo sabes tan bien como yo. No quiero hablar de eso”. Estas y
otras reflexiones semejantes fueron tema de conversación cada vez más constante
a medida que iban acercándose a Kingston.
... Ahora tenía un
carácter más apremiante y necesario. Cualquiera que pudiera ser la
determinación de Warda respecto al futuro, me resultaba insufrible pensar que
no la volvería a ver. La despedida en Kingston no podía ser la definitiva. Se
me acumulaban en la mente todas las cosas que no le había dicho durante nuestra
vida en común.
... Los hombres
–pensé- cambian tan poco, siguen siendo tan ellos mismos, que sólo existe una
historia de amor desde el principio de los tiempos, repetida al infinito sin
perder su terrible sencillez, su irremediable desventura. Dormí profundamente
y, contra mi costumbre, no soñé cosa alguna.
(La última escala del Tramp Steamer, Álvaro Mutis)
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