En
una sorprendente anotación de su diario, Hebbel deja caer la pregunta de qué es
lo que, “con el paso de los años, resta a la vida su encanto”. “Y es que en
todas las muñecas vistosas, cuando quedan desvencijadas vemos el mecanismo por
el que se las mueve, y, a causa de ello, la estimulante variedad del mundo se
diluye en una insípida uniformidad. Cuando un niño ve actuar a los volatineros,
tocar a los músicos, traer el agua a las muchachas y rodar a los carruajes,
piensa que todo eso acontece por el puro placer y alegría de hacerlo; no puede
imaginarse que esa gente también come y bebe, se va a la cama y se levanta.
Pero nosotros sabemos cuál es la realidad.”... Los animales, al existir sin
realizar ninguna tarea que el hombre les reconozca, son algo así como la
expresión de su propio nombre, de o por esencia no intercambiable. Ello hace
que los niños los amen y que su contemplación sea dichosa. Yo soy un
rinoceronte, significa la figura del rinoceronte. Los cuentos y las operetas conocen
estas figuras, y la cómica pregunta de la mujer acerca de cómo sabemos que
Orión se llama en realidad Orión se eleva a las estrellas.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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