jueves, 9 de febrero de 2012

notas sobre "El Principito"



... Las personas mayores no pueden comprender nunca por sí mismas, y es molesto para los niños tener que estar dándoles siempre explicaciones.


-¿Sabes?... Cuando uno está realmente triste le gustan las puestas de sol.


-Conozco un planeta donde vive un señor color escarlata: jamás ha amado a nadie. Sólo ha hecho sumas y restas. Y todo el día está diciendo como tú: ¡Soy un hombre serio, soy un hombre serio!... esto lo llena de orgullo. Pero no es hombre: ¡Es realmente un hongo!


No sabía cómo consolarlo, qué decirle. No sabía cómo lograr que de nuevo tuviera confianza en mí me sentía torpe. ¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!


... nunca se debe escuchar a las flores. Sólo se debe mirarlas y olerlas.


... ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saberla amar”...


-Exacto. A cada uno hay que exigirle lo que cada uno pueda dar –replicó el rey-. La autoridad reposa, en primer lugar, en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se eche al mar, hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.


-¿Dónde están los hombres? –preguntó al fin el principito-. Se siente uno un poco solo en el desierto...
-También se siente uno solo entre los hombres –dijo la serpiente.


-Mi vida es monótona: cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Por eso me aburro un poco. Pero si tú me domesticas, mi vida se iluminará. Conoceré un ruido de pasos diferentes a los otros. Los otros pasos harán que me oculte, los tuyos me llamarán como una música. Y, además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan; para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me sugieren nada. Eso es triste pero tu tienes los cabellos dorados. ¡Será maravilloso si mi domesticas! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y amaré el ruido del viento en el trigo...


-Adiós –le contestó el zorro-. Este es mi secreto. Muy sencillo: sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.


(El Principito, Antoine de Saint-Exupéry)

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