Las afinidades entre el ascetismo y la
embriaguez, que la sabiduría psicológica universal siempre ha observado, la
fobofilia de los santos y las prostitutas tiene un fundamento objetivamente
indiscutible en el hecho de que el ascetismo ofrece mayor posibilidad de
satisfacción que las dosificaciones de la cultura... Una construcción de
Schopenhauer expresa inconscientemente algo de esta sospecha. El paso de la
afirmación a la negación de la voluntad de vivir tiene lugar en el desarrollo
de la idea según la cual en toda inhibición de la voluntad ésta sufre por causa
de un obstáculo “que se interpone entre ella y el objetivo que persigue,
mientras que, por el contrario, el logro de su objetivo tiene por resultado la
satisfacción, el bienestar, la felicidad”... “Tan pronto como la necesidad y el
sufrimiento conceden al hombre una tregua, el tedio está tan cerca que le crea
la necesidad del pasatiempo. Lo que a todo ser vivo le ocupa y le pone en
movimiento es la lucha por la existencia. Pero con la existencia una vez
asegurada no sabemos qué hacer; de ahí que el segundo impulso que la pone en
movimiento sea el deseo de sacudir la carga del existir, de hacerla insensible,
de ‘matar el tiempo’, es decir, e huir del tedio”... No en vano combinó
Baudelaire la esclavizante obsesión erótica con la espiritualización y llamó
inmortales por igual al beso, al perfume y la conversación. La fugacidad del
placer, que el ascetismo subraya, responde la hecho de que, fuera de los minutes
hereuses, en los que la vida olvidada del amante revive en las rodillas de
la amada (Ch. Baudelaire, le balcon), no se da placer ninguno.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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