La pobreza obliga a Lisei a contentarse con lo gastado –los
“harapos”–, aunque le gustaría llevar otras cosas. Inconscientemente ha de
desconfiar de todo lo que no se justifique prácticamente, viéndolo como un
exceso... El carácter infantil, vertido en movimientos arbitrarios que dan al
que vive en una penosa inestabilidad el aliento momentáneo para seguir
viviendo, quiere representar la vida no deformada, la plenitud, y, sin embargo,
relega a ésta al ámbito de la autoconservación, de cuyas necesidades aparenta
estar libre... para el amor el brillo del alma es el de su ausencia. Así sólo
parece humana la expresión de los ojos más próxima a la del animal, a la de las
criaturas alejadas de la reflexión del yo. A la postre el alma es el anhelo de
salvación de lo carente de alma.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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