martes, 21 de mayo de 2013

Ernesto Sabato (Parte 2)



            La novela del siglo XX no sólo da cuenta de una realidad más compleja y verdadera que la del siglo pasado, sino que a adquirido una dimensión metafísica que no tenía. La soledad, el absurdo y la muerte, la esperanza y la desesperación, son temas perennes de toda la gran literatura... Por el contrario, pienso que es la actividad más compleja del espíritu de hoy, la más integral y la mas promisoria en este intento de indagar y expresar el drama que nos ha tocado vivir.


            Stephen Dedalus, en el Retrato, nos dice que “la personalidad del artista, a primera vista grito y cadencia, y después narración fluida y ondulante, desaparece de puro refinamiento, se impersonaliza, por decirlo así. El artista, como el Dios de la creación, queda dentro, o más allá, o por encima de su obra, invisible, sutilizando fuera de la vida, indiferente, arreglándose las uñas”.
            La novela debía ser una épica moderna, y como toda épica exigiría la desaparición total del narrador.
            ¡Qué ilusión! Por lo que sabemos de la vida de Joyce, tanto el Retrato como el Ulises no son sino la proyección sentimental, ideológica y filosófica del propio Joyce, de sus propias pasiones, de su drama o tragicomedia personal.


            Por la época en que escribía Madame Bovary, escribe Flaubert en su Correspondencia: “Es algo delicioso cuando se escribe no ser uno mismo, sino circular por toda la creación a la que se alude. Hoy, por ejemplo, hombre y mujer juntos, amantes y querida a la vez, me he paseado a caballo por un bosque, en un mediodía de otoño bajo las hojas amarillentas; yo era los caballos, las hojas, el viento, las palabras que se decían y el sol rojo que hacía entrecerrar sus párpados, ahogados de amor.”


... ¿Cómo asombrarse de que reivindicaran el seño, la infancia y la mentalidad primitiva? Herder veía en la poesía una manifestación de las fuerzas elementales del alma, y al lenguaje poético como al lenguaje primigenio de la criatura humana: el lenguaje de la metáfora y la inspiración, no el rígido y abstracto idioma de la ciencia, tal como si hubiera leído a Vico... Y el romanticismo era acaso lo más valioso que aún en su vejez guardaba recónditamente lo revela aquella defensa de Byron y su afirmación de que “para ser poeta tiene uno que entregarse al demonio”


            Nietzche se  preguntó si la vida debía dominar sobre la ciencia o la ciencia sobre la vida, y ante este interrogante característico de su tiempo, afirmó la preeminencia de la vida. Respuesta típica de todo el vasto insurgimiento que comenzaba. Para él, como para Kierkegaard, como para Dostoievsky, la vida del hombre no puede ser regida por las abstractas razones de la cabeza, sino por les raisons du coeur. La vida desborda los esquemas rígidos, es contradictoria y paradojal, no se rige por lo razonable, sino por lo insensato. ¿Y no significa esto proclamar la superioridad del arte sobre la ciencia para el conocimiento del hombre?... Contra el Sistema, defiende la radical incomprensibilidad de la criatura humana: el existente es irreductible a las leyes de la razón, es el loco dostoievskiano que escandaliza con sus tenebrosas verdades, ese endemoniado (¿pero qué el hombre no lo es?) que nos convence que para el ser humano el desorden es muchas veces preferido al orden, la guerra a la paz, el pecado a la virtud, la destrucción a la construcción. Ese extraño animal es contradictorio, no puede ser estudiado como un triángulo o una cadena de silogismos; es subjetivo, y sus sentimientos son únicos y personales; lo contingente, un hecho absurdo que no puede ser explicado. 
            ... Este sentido histórico del hombre, sin embargo, se hará una genuina reacción contra el racionalismo extremo en su discípulo Karl Marx, al convertir la criatura humana no sólo en proceso histórico sino en fenómeno social: “El hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el mundo de los hombres, el estado, la sociedad.” Y la conciencia del hombre es una conciencia social: el hombre de la ratio era una abstracción, pero también es una abstracción el hombre solitario


            Los tiempos modernos se edificaron sobre la ciencia, y no hay ciencia sino de lo general. Pero como la prescindencia de lo particular es la aniquilación de lo concreto, los tiempos modernos se edificaron aniquilando filosóficamente el cuerpo. Y si los platónicos lo excluyeron por motivos religiosos y metafísicos, la ciencia lo hizo por motivo heladamente gnoseológicos. Entre otras catástrofes para el hombre, esta proscripción acentuó su soledad. Porque la proscripción gnoseológica de las emociones y pasiones, la sola aceptación de la razón universal y objetiva convirtió al hombre en cosa, y las cosas no se comunican: el país donde mayor es la comunicación electrónica es también el país donde más grande es la soledad de los seres humanos.
            El lenguaje (el de la vida, no el de los matemáticos), ese otro lenguaje viviente que es el arte, el amor y la amistad, son todos intentos de reunión que el yo realiza desde su isla para trascender su soledad.
            ... Esta civilización, que es escisora, ha separado todo de todo: también el alma del cuerpo. Con consecuencias terribles. Considérese el amor: el cuerpo del otro es un objeto, y mientras el contacto se realice con el solo cuerpo no hay más que una forma de onanismo; únicamente mediante la relación con una integridad de cuerpo y alma el yo puede salir de sí mismo, trascender su soledad y lograr la comunión. Por eso el sexo puro es triste, ya que nos deja la soledad inicial con el agravante del intento frustrado. Se explica así que, aunque el amor ha sido uno de los temas centrales de todas las literaturas, en la de nuestra época adquiere una perspectiva trágica y una dimensión metafísica que no tuvo antes: no se trata del amor cortés de la época caballeresca, ni del amor mundano del siglo XVIII.


            ... El alma tironeada hacia arriba por nuestra ansia de eternidad y condenada a la muerte por su encarnación, parece ser la verdadera representante de la condición humana y la auténtica sede de nuestra infelicidad. Podríamos ser felices como animal o como espíritu puro, pero no como seres humanos.


            ... El espíritu destruye el mundo de los mitos por la acción mecánica de los conceptos, es la despersonalización y la muerte. El espíritu juzga mientras el alma vive. Y es el alma la única potencia del hombre capaz de solucionar los conflictos y antinomias que el espíritu tiende como una red sobre la realidad fluyente. Sólo los símbolos que inventa el alma permiten llegar a la verdad última del hombre, no los secos conceptos de la ciencia. Sólo el alma puede expresar el flujo de lo viviente, lo real-no-racional.
            De ahí la trascendencia gnoseológica de la novela. Porque la novela es producto del alma, no del espíritu.


            ... Entre el alma y el espíritu puro hay las mismas diferencias que entre la vida y el sacrificio de la vida, que entre el pecado y la virtud; que entre lo diabólico y lo divino. Y es el abismo que separa al novelista del filósofo.
            ... El artista se siente frente a un personaje suyo como un espectador ineficaz frente a un ser de carne y hueso: puede ver, puede hasta prever el acto, pero no lo puede evitar (lo que, de paso, revela hasta qué punto un hombre puede ser libre y esa libertad no es contradictoria con la omnisciencia de Dios). Hay algo irresistible que emana de las profundidades del ser ajeno, de su propia libertad, que ni el espectador ni el autor pueden impedir. Lo curioso, lo ontológicamente digno de asombro, es que esa criatura es una prolongación del artista; y todo sucede como si una parte de su ser fuese esquizofrénicamente testigo de la otra parte, de lo que la otra parte hace o se dispone a hacer: y testigo impotente.
            Así, la vida es libertad dentro de una situación, la vida de un personaje novelístico es doblemente libre, pues permite al autor ensayar, misteriosamente, otros destinos. Es a la vez una tentativa de escapar a nuestra inevitable limitación de posibilidades, y una evasión de lo cotidiano. La diferencia que existe, por ejemplo, entre el paranoico que crea un artista y un paranoico de carne y hueso es que el escritor que lo crea puede volver de la locura, mientras que el loco queda en el manicomio.
            ... En virtud de esa dialéctica existencial que se despliega desde el alma del escritor encarnándose 


(Lo mejor de Ernesto Sabato)

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