Un museo de objetos monstruosos:
... Hay que vivir lejos de las
cosas feas, me dije: no tolerar que la perversa curiosidad nos eche en brazos
de cualquier mujer ni que en la lista de obras aparezcan los primeros libros.
Ser los otros:
Consuélate
pensando: “Si me va mal, le va bien”.
Viajes:
Cuando
viajamos, el presente no logra su plena realidad; es casi un pasado, casi una
anécdota; por eso es nostálgico y, también, feliz. (De noche, en Londres)
Nadie es totalmente fuerte:
El
mismo lobo tiene momentos de debilidad, en que se pone del lado del cordero, y
piensa: “Ojalá que huya”.
Filósofo e historiador:
Dije
(faltando apenas a la verdad) que prefiero la conversación de las mujeres a la
conversación de los hombres, porque los hombres son historiadores, las mujeres,
filósofos. Los hombres declaran que tal político pactó en el clero, que baja el
kilo vivo y que el ocho se dio tres veces. Las mujeres discurren sobre la vida,
sobre la muerte y sobre el amor.
Interlocutores:
... A la observación más fortuita
y más innocua le buscan una interpretación personal. Como todo el mundo, sólo
están interesadas en sí mismas. La llave del éxito: Recuerda siempre que tu
interlocutor no tiene otro interés que sí mismo. Háblale del él; ofrécele una
ocasión para que se analice y para que se explique; no lo obligues a admitir en
trueque informaciones sobre ti. ¿No ves? El pobre espera cortésmente que te
calles; recoge tus palabras como parte de un trueque inevitable; no le
interesan; quiere hablar de nuevo.
... “¡Soy el amante de una mujer
casada!”, jugamos a ser amantes, jugamos a ser estancieros o abogados o
escritores, jugamos a establecernos en los lugares y en el mundo, jugamos a
estar tristes y jugamos a que nada nos gusta tanto como el tango Una noche
de garufa, el té solo, Aix en Provence, o escribir en cuadernos de papel
cuadriculados y suave. ¿O no es sincero el que no sabe fingir ante sí mismo?
La vida, para los jóvenes
I
¿No
hubo acaso un momento de mi vida –y de la tuya, lector- en que todo era
posible?
II
Alguna
vez creí que todo era muy poco en la inmensidad de mi vida.
Tu
alma didáctica no debe halagarse con la suposición de que te irrito porque
tengo defectos. Te irrito porque existo.
Conócete
a ti mismo; conviértete en egoísta y en enfermo.
De
las peores aberraciones del intelecto y de una conjugación de los maestro más
groseros, como una rosa nacida en la basura, surge trémula pero incontaminada y
triunfal, la vocación literaria.
Cada
frase es un problema que la próxima frase plantea nuevamente.
Me
dice la tucumana: “Si te pica una araña, mátala en el acto. Igual distancia
recorrerán la araña desde la picadura y el veneno hacia tu corazón”.
Un
amigo me explica: “Hasta hace cosa de dos años el muchacho no hacía más que
leer poesía; era un haragán perfecto. De pronto, como a quien lo llama la
vocación religiosa, se metió en los negocios y lo agarró el torbellino. Ahí lo
tienes, un hombre cambiado: trabaja todo el día, gana plata que es un gusto. Lo
malo es que el nerviosismo lo afecta y la cara se le llenó de granos. Ahora
sueña con retirase por dos o tres meses a una chacra, a leer poesía, a bocetar
algún soneto, a descansar, a curarse. Pero el torbellino lo tiene como loco y
no puede”.
Los
enamorados más fieles, aquellos que se entregan más generosamente, traicionan
por principio, para rescatarse un poco.
Habría
que persuadir a la gente de que, en amor, gustar y no gustar, dejar y ser
dejado, son las suertes ordinarias, que debemos acatar con naturalidad, sin
orgullo y sin amargura; habría que recordarles que el dialogo y el trato no son
escaramuzas y que “la urbanidad y la alegría deben preceder a toda moral,
porque son los deberes puros” (Stevenson).
La
denominación “las mujeres” no incluye a las mujeres feas.
Un
amigo me dijo: “El trato con las mujeres nos vuelve quejosos. Para obtener
simpatía y no reproches, para anticiparnos a las quejas -¿qué otra cosa cabe
esperar de las mujeres?- cuando estamos con ellas, nos dolemos. El hábito se
establece y muy pronto nos dolemos también cuando estamos solos”.
Las
mujeres deseadas y los ideales, ay, se alcanzan.
Entre
el amor y el opio, elige el opio. En los espejos de su laberinto soñado sólo
encontrarás tu pobreza, pero el amor te impondrá una mujer y la degradación
infinita de su tontería y de su realismo.
El
amor corrompe. A la persona querida, nada negamos: ni la minuciosa infidencia
al amigo, ni la superflua traición. Para ser leales con una persona, somos
desleales con todas.
De
paseo con tu amor, en tonneau, mira de frente; si por cualquier motivo
detienes el carricoche, lánzate en brazos de tu amada: le probarás tu amor y te
dispensará de verla.
Somos el centro del universo
I
Para que
olvidemos nuestro verdadero destino, los hombres representan el drama de la
civilización. Todos son actores que trabajan para nosotros. Todos, incluso el
verdugo.
Para
el médico no estamos enfermos, somos enfermos.
En
el camino de la muerte, sólo hay héroes.
Nunca
he sido ahorrativo ni prudente; sin embargo, desde mis primeros recuerdos tuve
el sueño de la Madriguera de Kafka: hacer una cueva con amplias reservas
de alimentos e inexpugnables defensas y retirarme a ella y gozar de la
sensación de seguridad. También, desde chico, he cavilado sobre lo insuficiente
de todas las reservas y lo precario de todas las defensas; ha comprendido, con
vana inquietud, que las mismas virtudes que recomiendan un sistema de
protección, lo hacen más vulnerable. Y así ad infinitum.
... o tal vez porque pensábamos
que en ese bote, en el umbral de la muerte, ya no teníamos historias personales,
ni circunstancias, ni méritos, ni culpas, ni nombres; ya éramos todos
idénticos, todos lo mismo, y concebir elecciones de uno para el infierno y de
otros para el cielo nos parecía una perversa y enigmática locura.
(Memorias y digresiones, Adolfo Bioy Casares)
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