Buscando distracción, Alvarez meditó
sobre la recóndita virtud del mar, que nos urge a contemplarlo ávidamente. Se
dijo: “En el mar nunca pasa nada, si no es una lancha o la consabida tropilla
de toninas, que progresa con arreglo a horario, a mediodía rumbo al sur,
después al norte: tales juguetes bastan para que en la costa la gente apunte
con el dedo y prorrumpa en júbilo. Moneda falsa únicamente cobra el observador:
sueños de viajes, de aventuras, de naufragios, de invasiones, de serpientes y
de monstruos, que anhelamos porque no llegan”. Se abandonó a ellos Alvarez,
cuya ocupación favorita era hacer proyectos, sin duda creía que viviría
infinitamente y que siempre tendría por delante tiempo para todo. Aunque su profesión
concernía al pasado –era profesor de historia en el Instituto Libre- había
sentido siempre curiosidad por el porvenir.
Era un viejo de piel curtida, pipa
en boca, ancho pecho en tricota azul, botas de goma: uno de tantos personajes
típicos, entre fabricados y genuinos, que se dan en todas partes.
...
Pensó: “Para mantener una conducta, para cometer delitos o siquiera para caer
en tentaciones, hay que contar con un mínimo de futuro; el universo o niega,
pero esta gente no lo descarta”.
-Alguna vez hay que pensar por sí
mismo. Yo creo en la compasión. La virtud humana por excelencia.
Notas sobre El gran serafín
... Borges solía decirme que si uno
partía de una situación, armar toda la historia correspondiente era un trabajo
cuesta arriba. A mí “El gran serafín” no me costó demasiado esfuerzo. Porque la
imagen de los cetáceos muertos y del mar en retirada era sórdida, la compensé
con Neptuno, que salía de las aguas y presidía unas carreras en la playa.
Cuando el protagonista lo felicita por el espectáculo, el dios tristemente le
contesta: “Es el último”. Así entra en la historia la idea del fin del mundo.
(El gran serafín, Adolfo Bioy Casares)
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