Del
todo puede sacarse provecho para el conocimiento del hombre y de la mujer, para
la exacta determinación del ser humano ideal (ideal en el sentido del típico,
sin añadirle una valoración).
... Las consideraciones antes realizadas acerca
de las diferencias somáticas sexuales muestran que la sexualidad no se limita
simplemente a los órganos de la cópula y a las glándulas genitales. Pero ¿dónde
deben trazarse los límites? ¿Se halla limitado el sexo en los caracteres
sexuales “primarios” y “secundarios”? ¿Son más amplios sus límites? Con otras
palabras, ¿dónde está encerrado y dónde no está encerrado el sexo?
... en efecto, aunque ciertas zonas sean más erógenas
que otras, todo el organismo de la mujer tiene una acción de ese tipo
sobre el hombre, y, recíprocamente, todo el organismo de un hombre tiene
acción excitante y atractiva para la mujer.
... En un individuo masculino, cada una de sus
partes, incluso la más pequeña, es masculina, aun cuando pueda asemejarse a la
de una hembra, y, del mismo modo, todas las partes de ésta son tan sólo
femeninas.
... Los hombres afeminados tienen, en general,
una piel femenina; las células masculinas tienen en ellos débil tendencia a la
multiplicación, y a ello debe atribuirse el escaso desarrollo de los caracteres
sexuales macroscópicos, etcétera.
... cosa que quizá podrá aparecer perfectamente
comprensible a los investigadores del futuro, ya que todo ser viviente se
origina por estrangulación división de una sola célula.
... Por ejemplo, todas las investigaciones
realizadas sobre las diferencias sexuales del cerebro carecen de importancia,
ya que no han sido estudiadas las relaciones típicas, sino que, por lo
que al sexo se refiere, nos hemos dado por contentos con el examen superficial
del cadáver o con la partida de bautismo: así, el primer Juan o la primera
María con que se tropieza en la mesa de autopsia han sido considerados como los
perfectos representantes de la masculinidad y de la feminidad respectivamente.
... Pero el hombre y la mujer son tipos que en
la realidad nunca están representados en estado de pureza, de modo que jamás
podemos decir que por la atracción sexual un ser estrictamente masculino y un
ser estrictamente femenino tratan de aproximarse.
Cada
individuo tiene, respecto al otro sexo, un “gusto” determinado y perfectamente
particular. Cuando comparamos las imágenes de las mujeres que fueron amadas por
algún hombre famoso de la historia, observamos casi siempre que todas ellas
ofrecen notables semejanzas, que aunque se manifiesten del modo más evidente en
los caracteres fácilmente apreciables, como es la figura (en el sentido del crecimiento)
o el rostro, se extiende también a los más pequeños rasgos, pudiéramos
decir incluso que hasta las uñas de los dedos. Algo análogo ocurre en los casos
restantes. Por esto, una mujer que provoca una fuerte atracción sobre un hombre
aviva el recuerdo de todas las que en él han ejercido una acción análoga. Todos
nosotros conocemos numerosos casos cuyos gustos por el otro sexo nos han hecho
exclamar: “Soy incapaz de comprenderlo.”
(Sexo y Carácter, Otto Weininger)
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