Quizá el talento no sea en el fondo otra cosa que un furor
felizmente sublimado, la capacidad de concentrar en una paciente contemplación
aquellas energías que en otro tiempo crecían hasta la desmesura, llevando a la
destrucción de los objetos que se les resistían, y de renunciar al misterio de
los objetos en la misma escasa medida en que antes se estaba satisfecho hasta
que no se le arrancaba al maltratado juguete la voz lastimera.
…
las pantuflas –“Schlappen”, slippers– están diseñadas para meter
los pies sin ayuda de la mano. Son símbolo del odio a inclinarse.
Que
en la sociedad represiva la libertad y la desfachatez conducen a lo mismo, lo
atestiguan los gestos despreocupados de los mozalbetes que preguntan “cuánto
cuesta la vida” cuando todavía no venden su trabajo. Como signo de que no están
sujetos a nadie y, por tanto, a nadie deben respeto, se meten las manos en los
bolsillos. Pero los codos que les quedan fuera los tiene preparados para
empujar a cualquiera que se interponga en su camino.
Los
extranjerismos son los judíos de la lengua
Toda
obra de arte es un delito a bajo precio.
…
Pues ningún amanecer, incluso en las altas montañas, es pomposo, triunfal,
majestuoso, sino que apunta débil y tímido, como con la esperanza de que lo que
vaya a suceder sea bueno, y es precisamente en esa sencillez de la potente luz
donde radica su emocionante grandiosidad.
Por
la voz de una mujer al teléfono puede saberse si la que habla es bonita. El
timbre devuelve como seguridad, naturalidad y cuidado de la voz todas las
miradas de admiración y deseo de que alguna vez haya sido objeto. Expresa el
doble sentido de la palabra latina gratia: gracia y gratuidad. El oído
percibe lo que es propio del ojo porque ambos viven la experiencia de una misma
belleza. A ésta la reconoce desde el primer momento: certeza íntima de lo nunca
visto.
…
Sueños felices realizados los hay en verdad tan pocos como, en expresión de
Schubert, música feliz.
Con
la felicidad acontece igual que con la verdad: no se la tiene, sino que se está
en ella. Sí, la felicidad no es más que un estar envuelto, trasunto de la
seguridad del seno materno. Por eso ningún ser feliz puede saber que lo es.
Para ver la felicidad tendría que salir de ella: sería entonces como un recién
nacido. El que dice que es feliz miente en la medida en que lo jura, pecando
así contra la felicidad. Sólo le es fiel el que dice: yo fui feliz. La única
relación de la conciencia con la felicidad es el agradecimiento: ahí radica su
incomparable dignidad.
Al
niño que regresa de las vacaciones, la casa le resulta nueva, fresca, festiva.
Pero nada ha cambiado en ella desde que la abandonó. El solo hecho de olvidar
las obligaciones que le recuerdan cada mueble, cada ventana, cada lámpara,
devuelve a éstos su paz sabática, y por unos minutos e halla tan en concordia
con las estancias, habitaciones y pasillos de la casa como a lo largo de toda
la vida le afirmará la mentira. Acaso no de otro modo aparezca el mundo –casi
sin cambio alguno–, a la perpetua luz de su festividad, cuando ya no esté bajo
la ley del trabajo y al que regresa a casa le resulten las obligaciones tan
fáciles como el juego en las vacaciones.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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