En la fase en que el sujeto abdica ante el enajenado
predominio de las cosas, su disposición para percibir dondequiera lo positivo o
lo bello muestra la resignación tanto de su capacidad crítica como de su
fantasía interpretativa inseparable de la primera. Quien todo lo encuentra
bello está en peligro de no encontrar nada bello. Lo universal de la belleza no
puede comunicarse al sujeto de otra forma que en la obsesión por lo particular.
Ninguna mirada alcanza lo bello si no va acompañada de indiferencia y hasta de
desprecio por todo cuanto sea externo al objeto contemplado… La mirada se
pierde en una belleza única es una mirada sabática. Obtiene del objeto un
momento de descanso en su jornada creadora… La corrupción proviene del
pensamiento como acto de violencia, de acortar el camino que sólo a través de
lo impenetrable encuentra lo universal, cuyo contenido se conserva en la
impenetrabilidad misma, no en una coincidencia abstracta de diferentes objetos.
Casi podría decirse que la verdad depende del tempo, de la perseverancia
y duración del permanecer en el individuo: lo que va más allá sin haberse antes
perdido totalmente, lo que avanza ya hacia el juicio sin haberse hecho antes
culpable de la injusticia que hay en la contemplación, al final se pierde en el
vacío… De la bondad indiscriminada respecto a todo nace también la frialdad y
el desentendimiento respecto a cada uno, comunicándose así a la totalidad. La
injusticia es el medio de la efectiva justicia. La bondad ilimitada se torna
justificación de todo lo que de malo existe al reducir su diferencia con los
vestigios de lo bueno nivelándose en aquella generalidad que cobra expresión
desesperanzada en la sabiduría mefistofélica-burguesa según la cual todo cuanto
existe merece su destrucción [Fausto I]. La salvación de lo bello, aun en el
embotamiento o la indiferencia, parece así más noble que la tenaz persistencia
en la crítica y la especificación, que en verdad muestra una mayor inclinación
por las ordenaciones de la vida.
… La proliferación de lo sano trae
inmediatamente consigo la proliferación de la enfermedad. Su antídoto es la
enfermedad consciente de sí misma, la restricción de la vida propiamente tal.
Esa enfermedad curativa es lo bello. Este pone freno a la vida, y, de ese modo,
a su colapso. Mas si se niega la enfermedad en nombre de la vida, la vida
hipostasiada, por su ciego afán de independencia de ese otro momento se entrega
a éste de lo pernicioso y destructivo, de lo cínico y lo arrogante. Quien odia
lo destructivo tiene que odiar también la vida: sólo lo muerto se asemeja a lo
viviente no deformado. Anatole France supo, a su lúcida manera, de tal
contradicción. “No –hace decir al benévolo señor Bergeret–, prefiero creer que
la vida orgánica es una enfermedad específica de nuestro feo planeta. Sería
insoportable creer que también en el universo infinito todo fuera devorar o ser
devorado.” La repugnancia al nihilismo que hay en sus palabras no es sólo la
condición psicológica, sino también la condición material de la humanidad como
utopía.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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