La división del trabajo, el sistema de funciones automatizadas
tiene por efecto el que a nadie le importe nada el bienestar del cliente. Nadie
puede ya leer en su rostro lo que le apetece, dado que el camarero ya no conoce
los platos, y si se le ocurre recomendar alguna cosa debe cargar con los
reproches de haberse excedido en sus competencias… Es comprensible que el
restaurante este separado del hotel, del estuche vacío de las habitaciones, por
hostiles abismos, como no lo son menos las limitaciones del tiempo en la comida
y en el insufrible room service, de donde se huye hacia el drugstore,
el ostentoso establecimiento tras de cuyo inhospitalario mostrador un
malabarista de huevos fritos, lonchas de jamón y bolas de helado se presenta
como último resto de hospitalidad… Entonces surgen figuras como las hostess,
especie d patrona sintética. Como ésta en realidad no se cuida de nada, no
reúne mediante ninguna disposición real las funciones escindidas y enfriadas,
sino que se limita a los vanos gestos de bienvenida y en todo caso al control
de los empleados, su aspecto es el de una mujer marchita fastidiosamente guapa,
tiesamente esbelta y forzadamente juvenil. Su verdadero fin es el de velar por
que el cliente que entra ni siquiera pueda escoger él mismo su mesa, puesto que
el negocio está por encima de él. Su encanto es el reverso de la gravedad que
ostenta el encargado de la expulsión.
(Minima Moralia, T. W. Adorno)
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