jueves, 24 de enero de 2013

La dama del perrito




... Gúrov pensó que en realidad todo es bello en este mundo, todo excepto lo que pensamos y hacemos olvidando los supremos propósitos de la existencia y nuestra dignidad humana.


            -Pensaré en usted... lo recordaré –le decía-. Quédese con Dios. No me recuerde mal. Nos despedimos para siempre, es preciso que así sea, porque no debíamos encontrarnos. Bueno, ¡adiós!


... Con los ojos cerrados, se la imaginaba vivamente y ella le parecía más bella, más joven, más dulce de lo que era; también a sí mismo se veía mejor de lo que él era en aquel entonces, en Yalta. Por las noches ella lo miraba desde la biblioteca, desde la chimenea, desde el rincón; se oía su respiración, el suave murmullo de su vestido. En la calle seguía con la mirada a las mujeres, buscando alguna parecida a ella...


            Estas palabras, tan comunes, indignaron a Guróv; le parecieron despreciables y sucias. ¡Qué costumbres salvajes, qué gente! ¡Qué noches absurdas, qué días tan grises y poco interesantes! El desenfrenado juego a los naipes, la gula, la borrachera y las incesantes charlas siempre sobre lo mismo. Las innecesarias tareas y las conversaciones sobre el mismo tema se apoderan de la mejor parte del tiempo, de las mejores fuerzas, y queda al final una vida limitada y vacía, sin ningún sentido, de la cual ni siquiera uno puede escapar, como si estuviera recluido en una casa de locos o en una cárcel.


            Anna Serguéievna llegó también. Se sentó en la tercera fila, y cuando Gúrov la miró, sintió oprimírsele el corazón, al comprender claramente que en todo el mundo no existía para él persona más íntima, más cara y más importante; aquella pequeña mujer, perdida en la multitud provinciana, sin rasgos notables y con sus vulgares impertinentes en la mano, llenaba ahora toda su vida; era su desdicha y su alegría; era la única felicidad que deseaba para sí; y a los sones de una mala orquesta, de unos pobres violines provincianos, pensaba cuán bella era. Pensaba y soñaba.


            Y en este instante recordó de golpe cómo aquella noche en la estación, después de despedir a Anna Serguéievna, se decía a sí mismo que todo había terminado y que jamás volverían a verse. ¡Pero cuán lejos estaba aún el fin!


            Y parecía que faltaba poco para encontrar la solución y comenzar, entonces, una nueva y maravillosa vida; pero ambos comprendían claramente que el fin estaba todavía muy lejos y que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar.

(La dama del perrito, Antón Chéjov) 

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