jueves, 8 de enero de 2015

Vuelta a...



Ya en esa época pensaba lo que pienso ahora: la historia es conocimiento que se sitúa entre la ciencia propiamente dicha y la poesía. El saber histórico no es cuantitativo ni el historiador puede descubrir leyes históricas. El historiador describe como el hombre de ciencia y tiene visiones como poeta. Por eso Marx es un gran historiador (ésa fue su verdadera vocación). También lo es Maquiavelo. La historia nos da una comprensión del pasado y, a veces, del presente. Más que un saber es una sabiduría.

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Si hubiera podido, Zapata habría quemado la silla presidencial. Soto y Gama, en su famoso discurso en la Convención, estrujó la bandera nacional y la llamó: "este trapo".

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El escritor debe ser un francotirador, debe soportar la soledad, saberse un ser marginal. Que los escritores seamos marginales es más una condenación que una bendición.

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En cuanto a saber "lo que da sentido a nuestra presencia en la tierra": me reconozco hombre no en la respuesta que podría dar ahora a esta pregunta sino a la pregunta misma. Esa pregunta repetida desde el principio, desde Babilonia y aun antes, es lo que da sentido a nuestros afanes terrestres. No hay sentido: hay búsqueda del sentido.




(Vuelta a "El laberinto de la soledad", conversación de Octavio Paz con Claude Fell)

Postdata

El mexicano no es una esencia sino una historia.

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el valor de un espíritu, decía Nietzsche, se mide por la capacidad para soportar la verdad.

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Cada vez que aparece en público, se presenta enmascarado y armado; no sabemos quién es, excepto que es destrucción y venganza.

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La sordera del PRI aumenta en proporción directa al aumento del clamor popular.

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todo el mundo sabe que Zapata vio con horror la silla presidencial y que, a diferencia de Villa, se negó a sentarse en ella. Más tarde dijo: "Deberíamos quemarla para acabar con las ambiciones".

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Cuando brotan en el campo rebeliones, siempre son locales y provisionales; para que ese brote se transforme en un movimiento revolucionario son imprescindibles, por lo menos, dos condiciones: una crisis del poder central y la aparición de fuerzas revolucionarias capaces de transmutar las rebeliones aisladas de los campesinos en revoluciones nacionales.

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Nadie sabe la forma del futuro: es un secreto.

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El valor supremo no es el futuro sino el presente; el futuro es un tiempo falaz que siempre nos dice "todavía no es hora" y que así nos niega. El futuro no es el tiempo de amor: lo que el hombre quiere de verdad, lo quiere "ahora". Aquel que construye la casa de la felicidad futura edifica la cárcel del presente.

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La ciencia no tiene por objeto juzgar sino comprender.

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El caudillo no pertenece a ninguna casta ni lo elige ningún colegio sacro o profano: es una presencia inesperada que brota en los momentos de crisis y confusión, rige sobre el filo de la ola de los acontecimientos y desaparece de una manera no menos súbita que la de su aparición.

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¿Por qué hemos buscado entre las ruinas prehistóricas el arquetipo de México? ¿Y por qué ese arquetipo tiene que ser precisamente azteca y no maya o zapoteca o tarasco u otomí? Mi respuesta a esta pregunta no agradará a muchos: los verdaderos herederos de los asesinos del mundo prehispánico no son los españoles peninsulares sino nosotros, los mexicanos que hablamos castellano, seamos criollos, mestizos o indios.



(Postdata, Octavio Paz)