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lunes, 27 de agosto de 2012

Todopoderoso

Aún mantuve durante varios años, relaciones públicas con el Todopoderoso, pero en privado dejé de visitarle. Sólo una vez tuve el sentimiento de que existía. Había jugado con unos fósforos y quemado una alfombrita. Dios me vio, sentí Su mirada en el interior de mi cabeza y en las manos; estuvo dando vueltas por el cuarto de baño, horriblemente visible, como un blanco vivo. Me salvó la indignación; blasfemé, murmuré como abuelo: "Maldito Dios, maldito Dios, maldito Dios". No me volvió a mirar nunca más.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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¡todo puede ocurrir!

El mundo escrito me inquietaba también; a veces, cansado de las dulces matanzas para niños, me dejaba hundir, descubría en la angustia unas posibilidades espantosas, un universo monstruoso que no era más que el revés de mi omnipotencia; me decía: "¡todo puede ocurrir!", y quería decir: "puedo imaginar todo". Tembloroso, siempre a punto de romper la hoja, contaba unas atrocidades sobrenaturales. Si a mi madre le ocurría que llegaba a leer por encima de mi hombro, lanzaba un grito de gloria y de alarma: "¡Qué imaginación!" se moría los labios, quería hablar, no encontraba qué decir y se iba bruscamente; su derrota me colmaba de angustia. Pero no se discutía la imaginación; yo no inventaba esos horrores, los encontraba, como lo demás, en mi memoria.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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2 hrs.

"Ah -decía mi abuelo-, no basta con tener ojos; hay que aprender a usarlos. ¿Sabes qué hacía Flaubert cuando Maupassant era pequeño? Le instalaba delante de un árbol y le daba dos horas para que lo describiera".

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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En cualquier lugar

Temía durante mucho tiempo terminar como había empezado, en cualquier lugar, de cualquier modo, y que esa vaga defunción no fuese más que el reflejo de mi vago nacimiento.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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miércoles, 22 de agosto de 2012

7 y 8

Si, como comúnmente se cree, el autor inspirado es, en lo más profundo de sí mismo, otro distinto de sí, conocí la inspiración entre los siete y ocho años.


(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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Minou Drouet

Cocteau dijo en 1955 que todos los niños menos Minou Drouet tienen ingenio. En 1915 lo tenían todos menos yo.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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miércoles, 8 de agosto de 2012

El genio

el genio sólo es un préstamo; hay que merecerlo teniendo grandes sufrimientos, atravesando por ciertas pruebas firmemente, modestamente; se acaba por oír unas voces y se escribe el dictado.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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La Verdad y la Fábula

Estaba preparado para admitir -si hubiese estado en edad de comprenderlas- todas las máximas de la derecha que me enseñaba con su conducta un hombre viejo de la izquierda: que la Verdad y la Fábula son lo mismo, que hay que jugar a la pasión para sentirla, que el hombre es un ser de ceremonias.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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sábado, 4 de agosto de 2012

Un parásito sagrado

Ni soy jefe ni aspiro a serlo. Mandar y obedecer es lo mismo. El más autoritario manda en nombre de otro, de un parásito sagrado -su padre-, transmite las abstractas violencias que padece. Nunca en mi vida he dado una orden sin reír, sin hacer reír; es que no me corroe el chancro del poder: no me enseñaron a obedecer.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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Cementerios de perros

En la lucha de las generaciones, los viejos hacen muchas veces causa común con los niños: los unos dan oráculos, los otros los decifran. La Naturaleza habla y la experiencia traduce; lo más que pueden hacer los adultos es callarse. Si no se tiene un niño, que se tome un perro; en el cementerio de perros, el año pasado, en el tembloroso discurso que se prosigue de tumba en tumba, reconocí las máximas de mi abuelo. Los perros saben amar; son más tiernos que los hombres, más fieles; tienen más tacto, un instinto sin defectos que les permite reconocer el Bien, distinguir a los buenos de los malos. "Polonius -decía una desconsolada-, eres mejor de lo que yo soy; tú no habrías podido sobrevivirme; yo te sobrevivo." Me acompañaba un amigo americano; irritado, dio un puntapie a un perro de cemento y le rompió una oreja. Tenía razón: cuando se quiere 'demasiado' a los niños y los animales, se los quiere contra los hombres.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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Sin bigotes ni sal

Un beso sin bigotes, se decía entonces, es como un huevo sin sal; yo añado: y como el Bien sin el Mal, como mi vida entre 1905 y 1914. Si sólo nos definimos por oposición, yo era lo indefinido de carne y hueso; si el odio y el amor son el anverso y el reverso de la misma medalla, no quería nada ni a nadie. Estaba bien: a nadie se le puede pedir que odien y guste a la vez. Ni gustar y amar.

(Las palabras, Jean-Paul Sartre)

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