Mostrando entradas con la etiqueta Joseph Conrad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Joseph Conrad. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de agosto de 2011

¿cómo vivimos?

Vosotros sabéis que odio, detesto, me resulta intolerable, la mentira, no porque sea más recto que los demás, sino porque sencillamente me espanta. Hay un tinte de muerte, un sabor de mortalidad en la mentira que es exactamente lo que más odio y detesto en el mundo, lo que quiero olvidar. Me hace sentir desgraciado y enfermo, como la mordedura de algo corrupto. Es cuestión de temperamento, imagino. Pues bien, estuve cerca de eso al dejar que aquel joven estúpido creyera lo que le viniera en gana sobre mi influencia en Europa. Por un momento me sentí tan lleno de pretensiones como el resto de aquellos embrujados peregrinos. Sólo porque tenía la idea de que eso de algún modo iba a resultarle útil a aquel señor Kurtz a quien hasta el momento no había visto... ya entendéis. para mí era apenas un nombre. Y en el nombre me era tan imposible ver a la persona como lo debe de ser para vosotros. ¿Lo veis? ¿Veis la historia? ¿Veis algo? Me parece que estoy tratando de contar un sueño... que estoy haciendo un vano esfuerzo, porque el relato de un sueño no puede transimitr la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y aturdimiento en una vibración de rebelión y combate, esa noción de ser capturado por lo increíble que es la misma esencia de los sueños.

Marlow permaneció un rato en silencio.

-... No, es imposible; es imposible comunicar la sensación de vida de una época determinada de la propia existencia, lo que constituye su verdad, su sentido, su sutil y penetrante esencia. Es imposible. Vivimos como soñamos... solos.


(El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad)

sábado, 2 de julio de 2011

si no, ¿contra qué?

-En este momento debe estar terriblemente cansado -declaró con solemnidad.

-No -le contesté-. No estoy fatigado. Pero voy a decirle cómo me siento, capitán Giles. Me siento viejo. Y debo estarlo. Ustedes, los que se hallan en tierra, me parecen un grupo de jóvenes caprichosos, a quienes nada en el mundo les preocupa.

El capitán Giles no sonrió. Su aspecto era insoportablemente ejemplar.

-Eso pasará -declaró-, pero es verdad que parece haber envejecido.

-¡Sí! -exclamé.

-Es decir... La verdad es que uno no debe hacer mucho caso de nada en la vida, bueno o malo.

-La vida a paso lento -murmuré perversamente-. No todos pueden hacer eso.

-Debe considerarse feliz si todavía puede avanzar, incluso a esa velocidad -me replicó, con su aire virtuoso-. Y todavía hay más: un hombre debe enfrentarse a su mala suerte, a sus errores, a su conciencia y todas esas cosas. Si no, ¿contra qué lucharía uno?

Guardé silencio. No sé que vio en mi rostro, pero me preguntó de pronto:

-Y qué, ¿no está desanimado?

-Sólo Dios sabe, capitán Giles -fue mi sincera respuesta.

-Eso está bien -dijo tranquilamente-. Pronto aprenderá a no desanimarse. Un hombre tiene que aprenderlo todo, y esto es algo que muchos jóvenes no comprenden.

-¡Oh!, yo no soy ya un joven.

-Tiene razón -concedió-. ¿Partirá usted pronto?

-Regresaré a bordo de inmediato. Voy a levar una de las anclas y a virar la otra tan pronto como tenga una nueva tripulación a bordo; y para mañana, ya habré partido cuando salga el sol.

-Creo que lo hará -gruño el capitán Giles, en tono de asentimiento-. Eso es lo que debe hacer. Claro que lo hará.

-¿Qué pensaba? ¿Que iba a tomarme una semana de descanso en tierra? -le dije, molesto por su entonación-. No tendré reposo hasta que haya llevado mi barco al Océano Índico, e incluso allí no descansaré mucho.

Aspiró su puro con aire aburrido y luego, como transformado, dijo, sumido en hondas reflexiones.

-Sí, a eso se reduce todo.

Fue como si un espeso velo se acabara de levantar, revelando a un inesperado capitán Giles. Pero esto sólo duró un momento, apenas el tiempo justo para que agregara:

-Todos disfrutamos de muy poco descanso en la vida. Es mejor no pensar en ello.


(Joseph Conrad. La línea de sombra)