miércoles, 27 de febrero de 2013

La gaviota (parte 2 de 2)



Nina.-¿Qué escribe usted?
Trigorin.-Sólo una nota... Se me ha ocurrido un argumento. (Escondiendo el libro.) El argumento para una novela corta: a la orilla de un lago, desde la infancia, vive una joven. ¡Exactamente igual que usted! Ama el lago como podría hacerlo una gaviota, y es libre y feliz como una de ellas. Pero un día llega un hombre de manera casual, la ve y, por hacer algo, la destruye, como han destruido a ese pájaro. (Pausa. Arkadina aparece en la ventana.)


Arkadina.-¡Eso es envidia! A la gente sin talento y con pretensiones no les queda otro recurso que difamar a quienes verdaderamente lo tienen. ¡Es un pobre consuelo!


Dorn.-¿Dinero? ¡Querido amigo: en treinta años que llevo ejerciendo esta profesión, una profesión en la que uno no tiene tregua, en la que uno se pasa el día y la noche a la cabecera de todo aquél que lo quiere llamar, ¡en treinta años sólo he sido capaz de ahorrar dos mil rublos! ¡Los dos mil rublos que me he gastado en mi viaje al extranjero! ¡No tengo, lo que se dice nada!


Trepliov.-... ¡Qué fácil es ser filósofo sobre el papel, doctor, y qué difícil cuando se trata de la vida real!


Trepliov.-... Si, cada vez estoy más convencido de que no se trata de una cuestión de antiguas o nuevas formas, sino que uno escribe sin pensar en ellas y únicamente dejando fluir libremente su alma.


Nina.-... Ahora, Kostia, creo saber que lo verdaderamente importante en nuestras profesiones, tanto cuando se escribe como cuando se interpreta, no es la gloria, ni el brillar, ni todas esas cosas con las que yo soñaba..., sino el aprender a soportar el sufrimiento. ¡Soportar la cruz y tener fe! Yo tengo fe ahora, y ya no sufro tanto. ¡Y cuando pienso en mi vocación dejo de tenerle miedo a la vida!

(La Gaviota, Antón Chéjov)

jueves, 21 de febrero de 2013

La gaviota (Parte 1 de 2)


Trepliov.-... cuando les veo, digo, intentando extraer una moral de sus frases y de sus escenas vulgares; una mediocre y cómoda moral casera fácil de comprender; cuando me presentan bajo mil formas diferentes lo mismo, de siempre una y otra vez..., siento deseos de escapar, me escapo como se escapaba Maupassant de aquella torre Eifffel que le aplastaba con su vulgaridad absoluta.


Sorin.- Debo de admitir que admiro a los escritores, muchacho. Hace años, ¿Sabes?, deseaba ardientemente dos cosas: casarme y ser novelista. Ninguna de las dos las he conseguido. Sí, incluso ser un literato de segunda fila debe ser agradable...


Trepilov.- ¡Personajes vivos! No hay por qué representar a la vida tal y como es, ni cómo debería ser, sino como la imaginamos en sueños.


Dorn.- Porque la obra de arte debe, desde luego, expresar alguna gran idea.


Dorn.- ¡Sí! Ahora..., no debe representar sino lo que es importante, eterno. Ya sabe que yo he sido un hombre de vida intensa, y que he tenido buen gusto. Y estoy satisfecho. Pero si en alguna ocasión hubiera sentido el impulso espiritual que sienten los artistas en el momento de la creación, me parece que hubiera despreciado mi envoltura humana, y todo cuanto ésta supone, y hubiera volado a las alturas, muy por encima de la tierra.


Dorn.- Y hay algo más. Una obra de arte ha de expresar una idea con claridad y resueltamente. Tiene usted que saber para qué escribe, pues si sigue usted el sendero encantado de la literatura, sin un fin definido en su mente, se extraviará y su talento acabará arruinándole.


Nina (Sola).- Yo imaginaba que la gente célebre era orgullosa, inaccesible, y que despreciaba a la masa, por conceder ésta más valor a la nobleza, a los títulos, a la fortuna, que se vengaban de ella con la gloria de sus nombres. ¡Pero ahí están; lloran, pescan, juegan a las cartas, se ríen y se enfadan como todo el mundo!


Trigorin.- Si me alaban, me resulta agradable, y cuando me critican, me paso un par de días de mal humor.


Trigorin.- ¿Yo?... (Se encoge de hombros.) ¡Hum!... Habla usted de la felicidad, de una vida espléndida e interesante, pero para mí todas esas palabras, y perdóneme, son como los bombones de fruta, que nunca los como. ¡Es usted muy joven y muy generosa!


Trigorin.-... (Tras un instante de reflexión.) Usted sabe lo que es tener una idea fija, por ejemplo, cuando se le impone a uno, a la fuerza, un pensamiento que le tortura haciéndole pensar día y noche...; por ejemplo, la luna. ¡Pues bien; yo también tengo mi luna! Día y noche vivo dominado por una idea: “¡tengo que escribir, tengo que escribir, tengo que...!” Apenas he terminado una novela, y sin saber porqué, tengo que comenzar una segunda, y luego otra, y otra... Escribo febrilmente, sin darme tregua, y no puedo obrar de otro modo. ¿Y qué hay en todo esto, Le pregunto yo, de maravilloso o de brillante? ¡Qué vida tan buena la mía! Aquí estoy ahora, hablando animadamente con usted y sin dejar, no obstante, de recordar en todo momento que hay una novela a medio terminar, que me aguarda... Yo soy el principal obstáculo para mi tranquilidad. Siento que estoy devorando mi propia vida, pues, para conseguir la miel que luego entrego a unos pocos de los seres que pueblan el espacio, he de recoger antes el polen de mis mejores flores, privándolas de él para siempre, destrozándolas y pisoteando sus raíces... En cuanto a mis comienzos como escritor, los mejores años de mi vida, el escribir fue un continuo tormento para mí. Un escritor de segunda fila, sobre todo cuando la suerte no le acompaña, se considera a sí mismo inepto, insuficiente...., pensando que está de más.


Trigorin.-Sí, mientras escribo paso ratos agradables. Y también me resulta grata la corrección de pruebas, pero..., tan pronto como la obra ha salido de la imprenta, no puedo seguir soportándola.


Trigorin.-... Peor lo peor de todo es que me parece que vivo envuelto en una especie de bruma, y a menudo no yo mismo entiendo lo que escribo. ¡Amo está agua, estos árboles, este cielo! ¡Siento la naturaleza, que es la que excita en mí la pasión y el invencible deseo de escribir! Pero, compréndalo, no puedo limitarme tan sólo a ser un paisajista. Soy también un ciudadano, amo a mi país, a su pueblo. Como escritor, comprendo que tengo el deber de escribir sobre ese pueblo, sobre sus sufrimientos, su futuro; y también que debo hablar de la ciencia, de los derechos del hombre, y etcétera..., etc... Y escribo sobre todo ello precipitadamente, mientras todos son a meterme prisas, a enfadarse, en tanto yo me agito de un lado para otro como el zorro acosado por los perros. ¡Veo que la vida y la ciencia siguen adelante, mientras yo me quedo más y más atrás constantemente, como un “mujik” cuando pierde el tren, y que al final, sólo sé describir paisajes, y que, en todo el resto de lo que escribo soy falso hasta la medula de los huesos!


(La gaviota, Antón Chéjov)

miércoles, 20 de febrero de 2013

Reverdecer



           
            Por poco que te muevas,
            Despiertan mis angustias,


            El episodio no tenía otro significado que el de probar lo ciega y lo cruda que era la juventud.


            -No podemos juzgarla como a las otras mujeres. Emilia estaba en un plano distinto. Era de luz y de aire.
            Se despidieron. Vio partir a Araujo en el automóvil negro: entro en la casa, encendió el calentador, preparó unos mates. Quería meditar sobre el descubrimiento de esa noche: porque otro la había querido, él no estaba solo, la memoria de Emilia se ensanchaba y más allá de la tumba continuaba el milagro de la vida.


(Reverdecer, Adolfo Bioy Casares)

viernes, 8 de febrero de 2013

La nuance/encor’




El lenguaje es, por su propia sustancia objetiva, expresión social, incluso cuando, como expresión individual, se separa ariscamente de la sociedad. Las alteraciones que sufre en la comunicación alcanzan al material no comunicativo del escritor. Lo que en las palabras y formas lingüísticas viene alterado por el uso, entra deteriorado en el taller solitario... El hecho de que los hombres sean absorbidos por la totalidad sin ser, como hombres, dueños de la totalidad, hace de las formas idiomáticas institucionalizadas algo tan nulo como los valores ingenuamente individuales, y en igual medida resulta baldío el intento de modificar su función admitiéndolas en el medio literario.


(Minima Moralia, T. W. Adorno)

jueves, 7 de febrero de 2013

Iónich




... En los primeros momentos Startsev quedó asombrado por lo que estaba viendo por primera vez en su vida y lo que, probablemente, nunca más volvería a ver: un mundo que no se parecía a nada, mundo en el que la luz de la luna era tan tenue y hermosa como si tuviera allí su cuna; donde no había vida, ninguna señal de vida, pero en cada álamo oscuro, en cada tumba sentíase la presencia de un misterio, que prometía una vida apacible, bella, eterna. Las losas, las flores marchitas y las hojas otoñales exhumaban un leve soplo de tristeza, de perdón y de paz.


... En realidad, la madre Naturaleza hace al hombre una broma bastante pesada y no es nada alegre tener plena conciencia de ello. Startsev estaba pensando en estas cosas y, al mismo tiempo, tenía ganas de gritar que deseaba y esperaba el amor cueste lo que cueste; ya no eran los blancos trozos de mármol lo que estaba viendo, sino bellos cuerpos, formas que se ocultaban púdicamente en las sombras de los árboles; sentía su calor y una languidez que se tornaba penosa...


... Creo que nadie aún describió exactamente el amor, porque es muy difícil describir este tierno, alegre y tortuoso sentimiento; quien lo haya experimentado siquiera una vez, no intentará expresarlo con palabras. ¿Para qué los preámbulos y las descripciones? ¿Para qué la elocuencia? Mi amor no tiene límites... le ruego, le imploro –declaró, por fin, Startsev- que sea mi esposa.


            ¿Y Kótik? Estaba más delgada y más pálida; al mismo tiempo era más hermosa y más esbelta; pero ya no era Kótik sino Ekaterina Ivánovna; ya no tenía la frescura de antes ni la expresión de inocencia infantil. Había algo nuevo en su mirada y en sus modales, algo tímido y culpable, como si allí, en la casa de los Turkin, ya no se sintiera en su propia casa.


            Está muy atareado, a pesar de lo cual no abandona su cargo de médico del distrito; la avaricia lo tiene dominado y lo hace correr de un lado para otro. En Dialich, y también en la ciudad, lo llaman ya simplemente Iónich.


(Iónich, Antón Chéjov) 

Remedios Varo