jueves, 21 de febrero de 2013

La gaviota (Parte 1 de 2)


Trepliov.-... cuando les veo, digo, intentando extraer una moral de sus frases y de sus escenas vulgares; una mediocre y cómoda moral casera fácil de comprender; cuando me presentan bajo mil formas diferentes lo mismo, de siempre una y otra vez..., siento deseos de escapar, me escapo como se escapaba Maupassant de aquella torre Eifffel que le aplastaba con su vulgaridad absoluta.


Sorin.- Debo de admitir que admiro a los escritores, muchacho. Hace años, ¿Sabes?, deseaba ardientemente dos cosas: casarme y ser novelista. Ninguna de las dos las he conseguido. Sí, incluso ser un literato de segunda fila debe ser agradable...


Trepilov.- ¡Personajes vivos! No hay por qué representar a la vida tal y como es, ni cómo debería ser, sino como la imaginamos en sueños.


Dorn.- Porque la obra de arte debe, desde luego, expresar alguna gran idea.


Dorn.- ¡Sí! Ahora..., no debe representar sino lo que es importante, eterno. Ya sabe que yo he sido un hombre de vida intensa, y que he tenido buen gusto. Y estoy satisfecho. Pero si en alguna ocasión hubiera sentido el impulso espiritual que sienten los artistas en el momento de la creación, me parece que hubiera despreciado mi envoltura humana, y todo cuanto ésta supone, y hubiera volado a las alturas, muy por encima de la tierra.


Dorn.- Y hay algo más. Una obra de arte ha de expresar una idea con claridad y resueltamente. Tiene usted que saber para qué escribe, pues si sigue usted el sendero encantado de la literatura, sin un fin definido en su mente, se extraviará y su talento acabará arruinándole.


Nina (Sola).- Yo imaginaba que la gente célebre era orgullosa, inaccesible, y que despreciaba a la masa, por conceder ésta más valor a la nobleza, a los títulos, a la fortuna, que se vengaban de ella con la gloria de sus nombres. ¡Pero ahí están; lloran, pescan, juegan a las cartas, se ríen y se enfadan como todo el mundo!


Trigorin.- Si me alaban, me resulta agradable, y cuando me critican, me paso un par de días de mal humor.


Trigorin.- ¿Yo?... (Se encoge de hombros.) ¡Hum!... Habla usted de la felicidad, de una vida espléndida e interesante, pero para mí todas esas palabras, y perdóneme, son como los bombones de fruta, que nunca los como. ¡Es usted muy joven y muy generosa!


Trigorin.-... (Tras un instante de reflexión.) Usted sabe lo que es tener una idea fija, por ejemplo, cuando se le impone a uno, a la fuerza, un pensamiento que le tortura haciéndole pensar día y noche...; por ejemplo, la luna. ¡Pues bien; yo también tengo mi luna! Día y noche vivo dominado por una idea: “¡tengo que escribir, tengo que escribir, tengo que...!” Apenas he terminado una novela, y sin saber porqué, tengo que comenzar una segunda, y luego otra, y otra... Escribo febrilmente, sin darme tregua, y no puedo obrar de otro modo. ¿Y qué hay en todo esto, Le pregunto yo, de maravilloso o de brillante? ¡Qué vida tan buena la mía! Aquí estoy ahora, hablando animadamente con usted y sin dejar, no obstante, de recordar en todo momento que hay una novela a medio terminar, que me aguarda... Yo soy el principal obstáculo para mi tranquilidad. Siento que estoy devorando mi propia vida, pues, para conseguir la miel que luego entrego a unos pocos de los seres que pueblan el espacio, he de recoger antes el polen de mis mejores flores, privándolas de él para siempre, destrozándolas y pisoteando sus raíces... En cuanto a mis comienzos como escritor, los mejores años de mi vida, el escribir fue un continuo tormento para mí. Un escritor de segunda fila, sobre todo cuando la suerte no le acompaña, se considera a sí mismo inepto, insuficiente...., pensando que está de más.


Trigorin.-Sí, mientras escribo paso ratos agradables. Y también me resulta grata la corrección de pruebas, pero..., tan pronto como la obra ha salido de la imprenta, no puedo seguir soportándola.


Trigorin.-... Peor lo peor de todo es que me parece que vivo envuelto en una especie de bruma, y a menudo no yo mismo entiendo lo que escribo. ¡Amo está agua, estos árboles, este cielo! ¡Siento la naturaleza, que es la que excita en mí la pasión y el invencible deseo de escribir! Pero, compréndalo, no puedo limitarme tan sólo a ser un paisajista. Soy también un ciudadano, amo a mi país, a su pueblo. Como escritor, comprendo que tengo el deber de escribir sobre ese pueblo, sobre sus sufrimientos, su futuro; y también que debo hablar de la ciencia, de los derechos del hombre, y etcétera..., etc... Y escribo sobre todo ello precipitadamente, mientras todos son a meterme prisas, a enfadarse, en tanto yo me agito de un lado para otro como el zorro acosado por los perros. ¡Veo que la vida y la ciencia siguen adelante, mientras yo me quedo más y más atrás constantemente, como un “mujik” cuando pierde el tren, y que al final, sólo sé describir paisajes, y que, en todo el resto de lo que escribo soy falso hasta la medula de los huesos!


(La gaviota, Antón Chéjov)

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