La Cafetería Clifton era un sitio agradable. Si no tenías mucho dinero, te dejaban que pagaras lo que pudieras. Y si no tenías ningún dinero, no pagabas. Entraban algunos vagabundos y holgazanes y comían bien. El propietario era un viejo rico fuera de lo corriente. Yo nunca pude aprovecharme de ellos y comer hasta inflarme. Pedía un café y pastel de manzana y les pagaba veinticinco centavos. A veces me tomaba un par de rollitos de crema. El sitio era tranquilo y fresco, así como limpio. Había una gran fuente y podías sentarte cerca de ella e imaginar que todo iba bien. La Cafetería Philippe también era un sitio agradable. Podías tomarte un café por tres centavos y hacer que te lo rellenaran varias veces. Te sentabas todo el día sin parar de beber café y nunca exigían que te fueras, tuvieras el aspecto que tuvieras. Sólo pedían a los vagabundos que no trajeran su vino para beberlo allí. Los sitios como ese te proporcionaban un poco de esperanza cuando no tenías ninguna.
(La senda del perdedor. Charles Bukowski)