miércoles, 10 de diciembre de 2014

El laberinto de la soledad

Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía. A veces, como las pirámides precortesianas que ocultan casi siempre otras, en una sola ciudad o en una sola alma se mezclan y superponen nociones y sensibilidades enemigas o distantes.

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sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad, por otra parte, no es una ilusión -como a veces lo es el de inferioridad- sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos.

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Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres.

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El azteca era tan poco responsable de sus actos como de su muerte.

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Traición y lealtad, crimen y amor, se agazapan en el fondo de nuestra mirada. Atraemos y repelemos.

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Un mexicano es un problema siempre, para otro mexicano y para sí mismo.

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Quiero decir, los hechos históricos no son nada más hechos, sino que están teñidos de humanidad, esto es, de problematicidad.

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No pretendo justificar a la sociedad colonial. En rigor, mientras subsista esta o aquella forma de opresión, ninguna sociedad se justifica.

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La crítica de la razón vendrá, en América, más tarde. O'Gorman precisa el carácter de la disyuntiva como sigue: "tener fe en Dios y en la razón al mismo tiempo es vivir con el ser arraigado, desgarrado si se prefiere, en la posibilidad real, única, extremosa y contradictoria, constituida por dos imposibles del existir humano".

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La inteligencia no les proporciona ningún placer; es un arma peligrosa: sirve para derrotar a los enemigos pero también puede hacernos perder el alma.

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Si las revoluciones no se hacen con palabras, las ideas no se implantan con decretos.

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La historia muestra que nunca una clase ha cedido voluntariamente sus privilegios y ganancias.

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Toda sociedad es histórica, quiero decir, condenada a la transformación.

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El seductor, el hombre que no puede salir de sí porque la mujer es siempre instrumento de su vanidad o de su angustia, se ha convertido en una figura del pasado, como el caballero andante.

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(El laberinto de la soledad, Octavio Paz)

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