martes, 6 de octubre de 2015

Karl Kraus



Lo único que tienen en común es la forma en que han sido destruidas, y de ellas sólo podría el deducir una cosa: que los daños provienen todos del mismo bárbaro.

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Karl Kraus me abrió los oídos, y nadie hubiera podido hacerlo como él. Desde que lo escuché, no me ha sido posible no escuchar. Empecé con las voces de la ciudad, con las exclamaciones, los gritos y las deformaciones verbales que captaba casualmente a mi alrededor, sobre todo con lo que era falso e inoportuno. Pues todo esto era a la vez terrible y divertido, y la vinculación de estas dos esferas me ha resultado desde entonces totalmente natural. Gracias a él comencé a entender que cada ser humano posee una fisonomía lingüística que lo diferencia de todos los demás. Comprendí que los hombres se hablan unos a otros, pero no se entienden; que sus palabras son golpes que rebotan contra las palabras de los demás; que no hay ilusión más grande que el convencimiento de que el lenguaje es un medio de comunicación entre los hombres. Hablamos con alguien, pero de forma que no nos entienda. Seguimos hablando, y el otro entiende aún menos. Gritamos, él nos devuelve el grito, y la exclamación, que en el ámbito de la gramática lleva una vida miserable, se apodera del lenguaje. Los gritos rebotan de un lado a otro como pelotas,reparten sus golpes y caen al suelo. Raras veces llega a penetrar algo en el otro, y cuando esto ocurre, es más bien algo distorsionado.

(Karl Kraus, escuela de resistencia. Elias Canetti)

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