viernes, 29 de febrero de 2008

el libro de la semana

Existe el debate de las dos escuelas argentinas en la literatura, por un lado Borges, del otro Arlt con su forma de mostrarnos la realidad del ser humano. iniciemos con el segundo con una de las narraciones más hermosas que existe: "Ester Primavera".

ciao

Roberto Arlt

Una tarde de domingo (fragmentos)

-No tenemos nada que decirnos, Eugenio.
-Y es natural, Leonilda. ¿Cuantos años hace que se casó?
-Diez...
-¿Y usted quiere tener algo nuevo que decirle a un hombre después de vivir diez años, o sean tres mil seiscientos días con él?... No, Leonilda... no...
-Él llega, se arrincona en ese sillón y lee sus diarios. Los diarios son la quinta pared de esta casa. Nos miramos y no sabemos qué decirnos, o lo sabemos de memoria...
-No cuenta nada nuevo usted. Eso ocurre entre todos los matrimonios y entre novios también. Los novios se aburren tremendamente; cuando no son estúpidos por demás. Y usted y yo, Leonilda, si nos tratáramos mucho tiempo terminaríamos por encontrarnos en la misma situación.
-Es posible...
-Me alegro que lo crea, Leonilda. En realidad, conocer a una mujer es una tristeza más. cada muchacha que pasa por nuestra vida nos oxida algo preciosos adentro. Posiblemente cada hombre que pasa por la vida de una mujer destruye en ella una faceta de bondad que otros dejaron intacta, porque no encontraron la forma de romperla. Estamos a la recíproca. Somos una buena cáfila de canallas...

Ester Primavera (fragmentos)

... Así venían hacia mí. Sus veintitrés años que habían resbalado a través de todos los planos de vida perpendicular, sus veintitrés años envasados en un cuerpo gentil, se encaminaban hacia mí, como si yo en ese presente constituyera la definitiva razón de ser de todo su pasado... Sí, eso, había vivido veintitrés años, para eso, para avanzar en la ancha vereda hacia mí, con rostro de tormento.

Conversamos toda la mañana. La punta de su sombrilla se detenía en las manchas del sol que cubrían la grava roja de lo senderos. Y yo pensaba en el singular contraste que existía entre la substancia de las cosas que ella me narraba y el tono delicado de su voz, de modo que el encanto se doblaba por la superposición de personas que en ella descubría, ya que por la confianza de su intimidad era una criatura, y por los hechos una mujer.

Y en vez de apiadarme por su angustia, una expectativa sombría me mantuvo firme. Si la Muerte hubiera estado a su lado y de una palabra mía dependiera su vida yo no pronunciaría esa palabra. ¿No era, acaso, aquel el más hermoso momento de nuestra existencia? ¿Podíamos envasar más angustia que entonces para el futuro? Allí éramos auténticamente, yo un hombre que me jugaba una mujer ante sus ojos... todo el resto era mentira... lo auténtico era aquello, el dolor de la muchacha olvidada de lo que se debía a sí misma por una serie de convencionalismos, olvidada de las apariencias y convirtiéndose por ello en la criatura eterna, a la que en ese exclusivo minuto yo no era digno de besar el polvo en que pisara.

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