sábado, 15 de octubre de 2011

Alejandro el Grande

Alejandro el Grande era sensible a los aromas de los países. Su olfato presentía posibilidades inauditas. Era de esos a los que la mano de Dios roza el rostro durante su sueño, que tiene el conocimiento de lo que no saben y a través de sus párpados cerrados disciernen los reflejos de mundos lejanos. Pero él tomó demasiado al pie de la letra las alusiones divinas. Siendo un hombre de acción, es decir de poco espíritu. interpretó su misión como una misión de conquistador del mundo. Su corazón conocía la misma insaciabilidad de la que sufría el mío. los mismos suspiros agitaban su pecho ante cada horizonte, ante cada paisaje. No hubo nadie que corrigiera su error. Ni el mismo Aristóteles le comprendía. Y así murió, desencantado, después de haber conquistado el mundo entero, dudando de Dios que se le escapaba siempre, y de sus milagros. Su retrato ornaba las monedas y los sellos de todos los países. Para su castigo, se convirtió en el Francisco José I de su tiempo.


(El sanatorio de la clepsidra. Bruno Schulz)

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