sábado, 1 de octubre de 2011

Szloma

Szloma advirtió mi presencia y me envió su agradable sonrisa y un saludo militar.

-Estamos solos en la plaza tú y yo -dije a media voz, pues la bola del cielo resonaba como un tonel.

-Tú y yo -repitió con una triste sonrisa. ¡Qué vacío está el mundo hoy!

Podríamos dividirlo y nombrarlo de nuevo: yace abierto, desamparado, sin pertenecer a nadie. Un día como éste, el Mesías se acerca hasta el borde del horizonte y contempla la tierra. Y cuando la ve así, blanca y silenciosa bajo el cielo azul, puede ocurrir que los límites se difuminen bajo su mirada, que azuladas estelas de nubes formen una escala bajo sus pies y que descienda a la tierra sin saber el mismo lo que hace. Sumida en la ensoñación, la tierra no reparará en aquel que habrá descendido sobre sus caminos, y los hombres una vez despiertos de la siesta no recordarán nada. La historia será borrada y todo volverá a ser como en los siglos de los siglos, antes del comienzo.

-¿Adela está en casa? -preguntó sonriendo.

-No hay nadie, pasa un momento. Te enseñaré mis dibujos.

-Si no hay nadie, no rechazaré ese placer. Abre la puerta.

Después entró, echando a derecha e izquierda una mirada de ladrón.


IV


-Son unos dibujos formidables -decía, retirándolos de sus ojos con gesto de experto. Su cara se iluminaba con el reflejo de los colores y las luces. A veces ponía una mano semicerrada alrededor del ojo, y miraba a través de ese catalejo improvisado, con los rasgos contraídos por una mueca de seriedad y conocimiento.

-Se podría decir -continuó- que el mundo pasó por tus manos para renovarse y mudarse y cambiar de piel como un maravilloso lagarto. Ah, ¿crees que yo hubiera robado y cometido tantas locuras si el mundo no estuviese tan usado y decaído, si las cosas no hubieran perdido su dorada potestad, lejano resplandor de las manos divinas? ¿Qué se puede hacer en un mundo así? ¿Cómo no dudar, no decepcionarse, cuando todo está cerrado a cal y canto, el sentido amurallado en su entraña, y cuando tú golpeas siempre contra los ladrillos como contra el muro de una prisión? Ah, Jósef, tú tenías que haber nacido antes.


(El sanatorio de la clepsidra. Bruno Schulz)

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