martes, 19 de noviembre de 2013

Ilona llega con la lluvia

            -Estos levantinos  no tienen remedio –comentó Ilona, ocultando la ternura que le causaba el gesto de Abdul-. Cuando salen de las mil y una noches se dedican a poner bombas y a luchar en las montañas. No te imagino, Maqroll, bautizando así un barco tuyo.


            -Pobre mujer. Cuánto debe haberle costado mantener aquí trato con sus clientes y qué tortura debió pasar después de cada cita. Lo grave es que no hay manera de ayudarla. Es como si viviera en otra orilla, a donde no le llegan nuestras palabras. Además, no las conseguiría entender porque pertenecen a un idioma que desconoce. Cada uno de nosotros se labra su pequeño infierno personal, pero ella ha tenido que cargar, además, con el de otros que ni siquiera están ya entre los vivos, mala sombra le cayo a la chaqueña.


... La monotonía de esa rutina, era ajena a nuestros principios de perpetuo desplazamiento, de rechazo de lo que pudiera significar un compromiso duradero, una obligada permanencia en no importa qué lugar de la tierra.


            -Yo creo –le dije, después de medir bien las palabras que iba a usar- que el asunto es más complejo de cómo lo estás planteando. Es evidente que si esta mujer se queda viviendo en los escombros del Lepanto, irá, rápidamente, hacia una disolución física y mental sin remedio. El tiempo de su espera se ha agotado. Frente al abismo, a la nada, se agarra como náufrago al salvavidas, al rescate que significa tu amistad, tu comprensión, tu interés hacia la experiencia inconcebible que ha vivido. Pero lo que veo, con evidencia que me aterra, es que, en lugar de tú sacarla del tremedal que la devora, es ella la que te está arrastrando con una fuerza que ni tú misma estás midiendo. Llevarla con nosotros no arreglaría nada, desde luego. Además no creo que haya nada que consiga sacarla ya del Lepanto. Ella ‘es’ ese barco, forma parte de esos despojos tirados en la costanera; hasta tal punto que uno no consigue saber dónde termina éstos y dónde comienza ella.


            Le respondí que, como tantas otra veces en nuestras vidas y en las de todos los seres, la respuesta y la solución que buscamos a los callejones sin salida, las traen el azar, los recodos insospechados e imprevisibles del tiempo. Me di cuenta que era un consuelo bastante precario el que trataba de darle y que en su infalible lucidez, ella estaba pensando ya en que esas esquinas del tiempo también suelen depararnos el horror inconcebible de sus maquinaciones y sorpresas. 

(Ilona llega con la lluvia, Álvaro Mutis)

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