viernes, 27 de febrero de 2015

El mito de Sísifo


Lo importante, le decía el abate Galiani a Madame d'Epinay, no es curarse, sino vivir con las enfermedades.

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Buscar lo que es verdadero no es buscar lo que es deseable. Si para escapar de la pregunta angustiada: «¿Qué sería entonces la vida?» hay que alimentarse, como el asno, de las rosas de la ilusión, más bien que resignarse a la mentira, el espíritu absurdo prefiere adoptar sin temblar la respuesta de Kierkegaard: «la desesperación». A fin de cuentas, un alma decidida siempre saldrá del paso.

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La razón y lo irracional llevan a la misma predicación. Y es que, en verdad, el camino importa poco, la voluntad de llegar basta para todo. El filósofo abstracto y el filósofo religioso parten del mismo desconcierto y se apoyan en la misma angustia. Pero lo esencial es explicarse. En eso la nostalgia es más fuerte que la ciencia.

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Ahora bien, las condiciones de la vida moderna imponen a la mayoría de los hombres la misma cantidad de experiencias y por ende la misma experiencia profunda.

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Allá donde reina la lucidez la escala de valores resulta inútil.

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No se trata de disertar sobre la moral. He visto a personas que obran mal con mucha moral y todos los días compruebo que la honradez no necesita reglas.

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Las derrotas de un hombre no juzgan las circunstancias, sino a él.

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Y cabalmente eso es el genio: la inteligencia que conoce sus fronteras.

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Hasta los hombres sin evangelios tienen su Monte de los Olivos. Y tampoco en el suyo hay que dormirse. Para el hombre absurdo no se trata de explicar y resolver, sino de sentir y describir. Todo comienza con la indiferencia clarividente.

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Crear es también dar una forma al destino. Para todos estos personajes su obra los define por lo menos tanto como ellos la definen. El comediante nos lo ha enseñado: no hay fronteras entre el parecer y ser.

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La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. El error consistiría en decir que la felicidad nace forzosamente del descubrimiento absurdo. A veces ocurre que el sentimiento de lo absurdo nace de la felicidad.

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No hay sol sin sombra, y es menester conocer la noche.

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Un símbolo supera siempre a quién lo usa y le hace decir en realidad más que lo que él tiene conciencia de expresar. A este respecto, el método más seguro de captarlo consiste en no provocarlo, en empezar la obra sin ideas preconcedidas y en no buscar sus corrientes secretas. En el caso de Kafka, en particular, es conveniente consentir en su juego, abordar el drama por la apariencia y la novela por la forma.

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(El mito de Sísifo, Albert Camus)

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