viernes, 18 de marzo de 2011

el perrito enano de orejas caídas

No es que me encante ser razonable en esto, pero supongo que debo serlo. Me parece indiscutible que en todo el mundo una buena cantidad de personas de distintas edades, culturas y dones naturales responden con un ímpetu muy especial, en algunos casos casi con fruición, a los artistas y poetas que, aparte de ser famosos por haber producido gran arte o arte de buena calidad, tienen una personalidad ostentosamente equivocada, una falla espectacular de carácter o de comportamiento, una aflicción o adicción de un romanticismo explicable: extremo egocentrismo, infidelidad matrimonial, sordera total, ceguera completa, una sed terrible, una tos peligrosa, flaqueza por las prostitutas, parcialidad con el adulterio o el incesto en gran escala, debilidad garantizada o no por el opio o la sodomía, etcétera. Dios perdone a los pobres diablos solitarios. Si el suicidio no figura a la cabeza de la lista de dolencias de los creadores, no se puede sino observar que el poeta o el artista suicidas son siempre objetos de ávida atención, no pocas veces por razones casi exclusivamente sentimientales, como si fuera (por decirlo de una manera mucho más horrible de lo que realmente deseo) el perrito enano de orejas caídas de la camada. De todos modos, es un pensamiento al fin expresado, que me ha hecho perder muchas veces el sueño y es posible que me lo haga perder de nuevo.


(J. D. Salinger, Seymour: Una introducción)

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