jueves, 17 de abril de 2008

el escrito de la semana (eliade)

Rumano, francés, alemán, italiano, hebreo, persa y sanscrito eran las lenguas en las que Mircea Eliade escribía de forma correcta. Estudioso de las religiones, gran pensador y viajero, en su libro La Prueba Del Laberinto, nos adentramos en su mundo personal.

Ciao.



La Prueba Del Laberinto

Mircea Eliade

Hay que administrar prudentemente las propias energías y atacar allí donde cabe la esperanza de obtener alguna repercusión, un eco al menos.

Pensaba que un escritor exiliado debe imitar a Dante, no a Ovidio, porque Ovidio era un proscrito —su obra está llena de lamentos y añoranzas, dominada por la nostalgia de las cosas perdidas— y Dante, en cambio, aceptaba esta ruptura, y no sólo la aceptaba, sino que gracias a aquella experiencia ejemplar pudo acabar la Divina Comedia. Para Dante, el exilio no fue sólo un estímulo, sino aún más la fuente misma de su inspiración. Yo decía entonces que no hay que escribir con nostalgia, sino, por el contrario, aprovechar esta crisis profunda, esta ruptura, como hizo Dante en Ravena.

Sentía que esta experiencia poseía el valor de una iniciación. Precisamente, lo que me parecía desastroso era el resentimiento. Es algo que paraliza la creatividad y que anula la calidad de la vida. Un hombre resentido es para mí un hombre desdichado que no aprovecha la vida. Su existencia es como la de una larva. Eso es lo que trataba de decir. Di muchas conferencias para nuestro grupo y escribí muchos artículos en la prensa rumana de París o de Europa occidental para decir: hay que aceptar la ruptura y, por encima de todo, crear. La creación es la respuesta que podemos dar al destino, al «terror de la historia».

Ulises es para mí el prototipo del hombre, no sólo moderno, sino también del hombre del futuro, pues es el tipo del viajero acosado. El suyo era un viaje hacia el centro, hacia Itaca, es decir, hacia sí mismo. Erá buen navegante, pero el destino —o dicho de otro modo, las pruebas iniciáticas que era preciso superar— lo fuerza a retrasar indefinidamente su retorno al hogar. Creo que el mito de Ulises es muy importante para nosotros. Todos nosotros seremos un poco como Ulises, en busca de nosotros mismos, siempre esperando llegar, hasta encontrar finalmente la patria, el hogar, en que también nos encontraremos a nosotros mismos. Pero, al igual que en el laberinto, en toda peregrinación se corre el riesgo de perderse. Si se logra salir del laberinto, volver al hogar, se es ya un ser distinto.

El chamanismo es objeto casi de una verdadera manía. Pintores, gente del teatro se interesan por este tema, y también muchos jóvenes; piensan que sus drogas les preparan para comprender la experiencia chamánica. Entre estos estudiantes, algunos han encontrado el absoluto en una secta efímera como Meher Baba, Hare Krishna, Jesús Freaks, algunas sectas zen... No les animo, pero tampoco critico su elección, pues me dicen: «Antes yo me drogaba, vivía como una larva, no creía en nada, estuve a punto de suicidarme dos veces, por poco me matan un día que estaba drogado, pero ahora he encontrado el absoluto». No les digo que ese «absoluto» no es de la mejor calidad, ya que, de momento, ese joven que estaba inmerso en el caos, en el puro nihilismo, que respiraba una agresividad peligrosa para la colectividad ha encontrado algo. Ocurre a veces que a partir de ese «absoluto», que frecuentemente no pasa de ser un pseudo absoluto, el joven se encuentra a sí mismo y quizá más tarde lea las Upanishads, el maestro Eckart o la Cábala, hasta encontrar una verdad personal. Raras veces he encontrado un estudiante que haya pasado del vacío religioso y de un desequilibrio casi neurótico a una postura religiosa bien articulada: cristianismo, judaísmo, budismo, Islam. No, siempre hay de por medio una pseudomorfosis, alguna cosa fácil, barata, poco auténtica, al menos para lo demás, puesto que para ellos mismos es el absoluto, la salvación. La segunda etapa los lleva a una forma más equilibrada, más rica de sentido.

Nietzsche, Heidegger y también Walter Otto, el gran especialista alemán de la mitología y de la religión griegas que, en su libro sobre los dioses homéricos, afirmaba la realidad de aquellos dioses. Pero, ¿qué entendían exactamente estos investigadores y estos filósofos por «realidad» de los dioses? ¿Se imaginaban la realidad de los dioses como lo hacía un griego antiguo? Lo estremecedor es, en efecto, que no se trata de una chachara pueril o supersticiosa, sino de afirmaciones nacidas de un pensamiento maduro y profundo.

Para mí, lo sagrado es siempre la revelación de la realidad, el encuentro con lo que nos salva al dar sentido a nuestra existencia. Si este encuentro y esta revelación se producen en sueños, no somos conscientes de ello... En cuanto a saber si el sueño está en el origen de la religión... Se ha dicho, en efecto, que el animismo era la primera forma de la religión y que la experiencia del sueño nutría esta creencia. Pero ya no se dice tal cosa. Por mi parte, creo que es la contemplación del cielo inmenso es lo que revela al hombre la trascendencia, lo sagrado.

El Bhagavad-Gita es un libro muy consolador, porque, como sabe, en él revela Krishna a Arjuna todas las posibilidades de salvarse, es decir de encontrar un sentido a su existencia... Por mi parte, creo que es la clave de bóveda del hinduismo, la síntesis del espíritu indio y de todos sus caminos, de todas sus filosofías, de todas sus técnicas de salvación. El gran problema era éste: para «salvarse» —en el sentido indio— y liberarse de este mundo maligno, ¿es preciso abandonar la vida, la sociedad, retirarse a los bosques como los rishis de las Upanishads, como los yoguis? ¿Hay que dedicarse exclusivamente a la devoción mística? No, Krishna revela que todos, a partir de cualquier profesión, pueden llegar hasta él, encontrar el sentido de la existencia, salvarse de esta nada de ilusiones y de pruebas... Todas las vocaciones pueden llevar a la salvación. No son tan sólo los místicos, los yoguis o los filósofos los que conocerán la liberación, sino también el hombre de acción, el que permanece en el mundo, pero a condición de actuar en él conforme al modelo revelado por Krishna. Decía que se trata de un libro consolador, pero es al mismo tiempo la justificación que se da a la existencia de la historia. Se repite constantemente que el espíritu indio se desentiende de la historia. Es cierto, pero no en la Bhagavad-Gita. Arjuna se hallaba dispuesto, la gran batalla estaba a punto de comenzar, y Arjuna dudaba, pues sabía que iba a matar, a cometer, por tanto, un pecado mortal. Entonces le revela Krishna que todo puede ser distinto con tal de que no persiga un objetivo personal, con tal de que no mate por odio, por deseo de provecho o para sentirse un héroe... Todo puede ser distinto si acepta la lucha como una cosa impersonal, como algo que se hace en nombre del dios, en nombre de Krishna y —según esta fórmula extraordinaria— si «renuncia al fruto de sus actos». En la guerra, «renunciar al fruto de sus actos» es renunciar al fruto del sacrificio que se realiza al matar o al ser muerto, como si se hiciera una ofrenda en cierto modo ritual al dios. De este modo es posible salvarse del ciclo infernal de Karma; nuestros actos no son ya la semilla de otros actos. Ya conoce, en efecto, la doctrina del karma sobre la causalidad universal: cuanto hacemos tendrá más tarde un efecto; todo gesto sirve de preparación a otro gesto... Pues bien, si en plena actividad, incluso guerrera, no piensa ya en sí el hombre, si abandona el «fruto de su acto», queda suprimido ese ciclo infernal de causa y efecto.

«Renunciar al fruto de la acción»... ¿Acaso ha hecho suya esta regla?

—Creo que sí, porque he sido formado en ese comportamiento y me he habituado a él, y lo encuentro muy humano y muy enriquecedor. Creo que es preciso actuar, que cada cual debe seguir su vocación, pero sin pensar en la recompensa.

Leyendo su Diario me ha llamado la atención una página en que habla de un gato que le despierta maullando de una manera desagradable, y dice que el camino consiste en...

En amar. Sí, es cierto. Y eso mismo es lo que decía Cristo. Puede que esta sea la regla fundamental de todas las ascesis del mundo, pero es ante todo el camino que nos enseña Cristo. Sólo mediante este comportamiento es posible soportar de verdad el mal. Pero, bueno, aquel pobre gato no era precisamente el mal; de todos modos, de eso se trata, de responder con amor a cualquier cosa que nos exaspera o nos aterra. Esto puede verificarse...

Dice que enseguida se imaginó a aquel gato odioso como una criatura miserable, y entonces (y no es la primera vez que tal cosa le ocurrió) se sintió completamente cambiado, y que esto es lo que le enseñaron los maestros espirituales.

—Exactamente. Luego me sentí feliz de que un gato me recordara esta gran lección que había aprendido de los «maestros espirituales», de Jesús, el Cristo. También un gato me obligó a aprender esto mismo.

Cuando veo a unos hombres mejor realizados que yo, ello me deja siempre pensativo y me digo entonces: ¿Cómo se llega & superar las reacciones de odio, los resentimientos, las aversiones? ¿En virtud de una «gracia» o por el propio esfuerzo?

—Es difícil dar una respuesta. Sé que esto puede conseguirse mediante el trabajo, un esfuerzo, digamos, de orden espiritual, mediante un método, en el sentido ascético de la palabra. Pero la «gracia» desempeña, por supuesto, un cometido importante.

¿Se siente dotado naturalmente en ese terreno o le ha sido preciso luchar para conseguir esa serenidad ante las agresiones?

—Creo que he luchado, ¡y mucho! Eso, para mí, ha sido mucho. Para otros, para un santo, quizá no hubiera sido nada. Pero lo importante es que ese esfuerzo da resultados. Nos enriquece y, además, ahí están los frutos: uno se siente cambiado.

¿Por qué razón se decidió a luchar contra el instinto natural que nos exige devolver golpe por golpe?

—La primera, quizá, es que me sentía —según dicen los indios— un esclavo al seguir mi instinto. Me sentía como el efecto de una causa fisiológica, psicológica, social... De ahí esa rebeldía, quizá natural, contra el condicionamiento. Sentirse condicionado, y cuando se toma conciencia de ello, es algo que nos exaspera. Para «descondicionarme» era preciso hacer exactamente lo contrario de lo que me exigía el karma. Había que romper el ciclo de las concatenaciones.

—Un laberinto es muchas veces la defensa mágica de un centro, de un tesoro, de una significación. Penetrar en él puede ser un rito iniciático, como vemos en el mito de Teseo. Este simbolismo es el modelo de toda existencia que, a través de numerosas pruebas, avanza hacia su propio centro, hacia sí misma, hacia el atman, por emplear el término indio... Muchas veces tuve conciencia de salir de un laberinto, de haber encontrado el hilo. Cuando me sentía desesperado, oprimido, extraviado, cierto que nunca me dije: «Estoy perdido en el laberinto», pero, al final, siempre tuve la sensación de haber salido victorioso de un laberinto. Todos hemos conocido esa experiencia. Pero he de añadir que la vida no está hecha de un solo laberinto. La prueba se renueva (…) He tenido muchas veces la certidumbre de haberlo alcanzado, y al hacerlo, he aprendido mucho, me he reconocido. Pero luego me he perdido otra vez. Tal es nuestra condición: no somos ni ángeles ni puros héroes. Una vez que se llega al centro, se adquiere una riqueza, se dilata la conciencia y se hace más profunda, todo se vuelve claro, significativo. Pero la vida continúa: otro laberinto, otros encuentros, otros tipos de pruebas, a un nivel distinto... Nuestras Conversaciones, por ejemplo, me han proyectado en una especie de laberinto.

1 comentario:

Princesa_DeAquelViejoReinoPerdido dijo...

Interesante analisis literario. Concuerdo mucho con el en lo respectivo a Literatura Clásica y muy poco en lo referente a religión y busqueda de Dioses.
De todas formas es una opinión que merece la pena tener en cuenta. La opiión de un sabio.
(y yo que creía que chapurreando español, gallego, portugués, italiano, francés e inglés lo tenía todo arreglado en cuanto a idiomas,jajaja)
Un saludo;)