lunes, 4 de marzo de 2013

Sobre Antonio Machado

 En Madrid encontramos a Arthur McComb. Nos empachamos de Goya y El Greco. Hicimos excursiones con Pepe Giner. Una noche de luna paseé por Segovia con Antonio Machado, cuyos poemas estaba yo por entonces intentando traducir al inglés.

Machado era corpulento, andaba torpemente y vestía un traje arrugado con brillos en las rodillas. Su sombrero siempre tenía polvo. Daba la sensación de estar más desamparado que un niño ante los asuntos de la vida diaria, de ser un hombre demasiado sincero, demasiado sensible, demasiado torpe, a la manera de los eruditos, para sobrevivir: "Machado el bueno", le llamaban sus amigos. No puedo pensar en el acueducto, en los pórticos románicos de las ennegrecidas iglesias ni en la siluieta de cuento de hadas del Alcázar de Segovia sin oír la cadencia de sus versos. Grabada con el agua fuerte de la luz de luna, la ciudad, mientras paseábamos, iba presentándose ante nosotros como un poema que Antonio Machado podía muy bien estar escribiendo en aquel momento. Era un gran hombre.


(Años inolvidables, John Dos Passos)

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