viernes, 13 de enero de 2012

mejor que los niños y la Iglesia

Dios santo, yo sólo quería irme de Europa y volver a aquella gorda máquina de escribir; estaba allí sentada esperándome y simplemente mecanografiar toda clase de líneas sobre las que yo no tenía control, ella era libre y no es que fuera sagrada, pero seguro que me daba buena suerte.

-No te preocupes tanto -me dijo Linda Lee-, intenta dormir.

Y aún tenía más suerte: una buena mujer. Me había costado 56 años encontrar a Linda y la espera había valido la pena. Un hombre tiene que pasar por muchas mujeres para encontrar a la suya, y si tenía suerte ella estaría ahí. para un hombre, quedarse con la primera o la segunda mujer de su vida demostraba ignorancia; aún no tenía ni idea de lo que es una mujer. Un hombre tenía que seguir su rumbo y esto no significaba sólo acostarse con mujeres, follárselas una o dos veces; significaba vivir con mujeres durante meses y años. No culpo a los hombres que tiene miedo de hacer esto: supone exponer el alma para que te la arrebaten. Desde luego, algunos hombres simplemente se establecen con mujeres, se rinden, dicen: ya está, es lo mejor que puedo hacer. Hay mucho de ésos, de hecho la mayoría de la gente vive bajo bandera de tregua: se dan cuenta de que no funcionan del todo, pero no importa, vamos a hacer que funcione, no sirve de nada pasar por todo esto otra vez, ¿qué dan por la tele esta noche? Nada. Bueno, de todos modos vamos a verlo; es mejor que mirarnos el uno al otro, es mejor que pensar en esto. La tele mantiene unidas a más parejas con problemas que los niños o la Iglesia.

Pensar en todos los millones de personas que están viviendo juntas a disgusto, y odian sus trabajos y tienen miedo a perder sus trabajos, no me extraña que sus caras parezcan lo que parecen. Es casi imposible mirar la fisonomía corriente sin que al final tengas que apartar la vista y mirara otra coas, cualquier otra cosa, una naranja, una roca, una botella de aguarrás o el culo de un perro. Ni siquiera hay caras decentes en las cárceles o en los manicomios, y el médico que se inclina sobre ti cuando te estás muriendo luce la máscara de un idiota. A mí me disgusta mi propia cara, odio los espejos; nos equivocamos de camino en alguna parte, algún día hace mucho tiempo, y no podemos encontrar el camino de vuelta. Qué mierda, eh, colega, que nuestra propia mierda tenga mejor aspecto que nosotros...


(Shakespeare nunca lo hizo, Charles Bukowski)

No hay comentarios: