miércoles, 22 de febrero de 2012

notas sobre "Corto viaje sentimental"

Corto viaje sentimental

... Eran tan plenas su alegría y su esperanza que la mujer –la mujer ideal, se entiende, a lo mejor sin piernas ni boca siquiera- no podía estar ausente de ellas. Yacía en la sombra mezclada con tantos otros fantasmas, formando parte importante de los mismos. Pero la mujer no es siempre la misma en el deseo. Por supuesto que antes que nada sirve para el amor, pero a veces también se le desea para protegerla y salvarla. Es un animal hermoso, pero débil, al que, si uno puede acaricia, y si no, también.


Un mundo sincero, pues, el de los olores. Pero parece como si se alejase de la realidad más que el de los colores y las líneas. El pobre perro resulta siempre chasqueado por falta de información. Sin embargo, hay una pena que se les ahorra. En ningún lugar se sienten forasteros. El olfato es eminentemente sociable. Cualquier encuentro casual se convierte en íntimo en seguida y las narices no perdonan el olfateo parte alguna, por recóndita que pueda ser. Rechazarles es una incorrección que puede provocar en ellos las más violentas reacciones.


... Muchas otras veces y no menos ciegamente habían contribuido al placer de los humanos, como en aquella antigua leyenda de los dos amantes que se quedaron presos a causa de un alud en una gruta provista de alimentos. Con gran sorpresa fueron encontrados en la gruta, llegada la primavera, tres seres vivientes en vez de dos. No hay que darle vueltas. Las cosas para madurar necesitan de nueve meses.


... Y el señor Aghios llegó hasta desembocar en un pensamiento altamente filosófico: “Si Dios Nuestro Señor nos hubiese creado con el fin de vernos actuar justamente como El quiere, la creación no tendría sentido alguno. El nos hizo y luego se quedó contemplándonos con curiosidad y nunca con ira.


... En cambio, mirarla y desearla no costaba nada, como que en realidad salía casi demasiado barato. Por que una mujer, cuando es guapa, ya da mucho sólo con eso, y lo primero de todo el sentimiento de la humanidad a propios y extraños.


Pero esta idea no era aún lo bastante libre, porque él seguía discutiendo la propia libertad de amar a las mujeres del prójimo. ¿Con quién lo discutía? No, por cierto, con su mujer, que en sus sueños no abría jamás la boca, sino con ese ser indefinido, y que tiene que estar, sin embargo, en alguna parte, tal vez en el éter que se supone presente por doquier, anterior a toda ley moral.


... Objetos demasiado preciosos, venían siendo distribuidos aún más injustamente que el mismo oro. Hasta con un simple par de bigotes bien engomados se las podía conquistar. A los viejos, no les tocaba la suerte más que en casos rarísimos: Gerontomanía. ¿Pero y si se confirmase los asertos de Woronoff y Stirnach? El mejor remedio para volver a encender en los organismos gastados la memoria, la actividad y la vida tenía que ser una chica guapa, o, para mayor precisión, una chica guapa a la semana. Ya los viejos judíos eran de la misma opinión, y para conservar en forma al rey David le ofrecieron una bella joven. Pero él se negó a tocarla, y así se murió miserablemente.


... “No le enseñes demasiadas cosas a tu mujer ni la quieras hacer a tu imagen y semejanza, porque ¿y si lo consigues?”


-La enfermedad tiene su primera raíz en una herida moral recibida en la más tierna infancia y de la cual, para que no te atormente, has suprimido el recuerdo. Pero para llegar a tener tanta importancia esa herida la has tenido que sufrir justo en tus primeros años.


... Aghios le comprendía muy bien porque también él de pequeño había tenido muchos miedos, y eso antes de que la vida le hubiera enseñado lo amenazadora que era. Había soñado con alimañas rápidas, huidizas y asquerosas, roedores e insectos, cuando aún no sospechaba ni de lejos de más tarde o más temprano le habían de alcanzar, y con grandes oscuridades antes de saber que la oscuridad es nuestra meta.


Miraba sonriendo al señor Aghios. Tal sonrisa, siguiendo aquellas palabras, daba testimonio de una relación que se había hecho de entrada mucho más íntima que las que se acostumbran a trabar en el ocio de los viajes,. Se conocían íntimamente. El señor Aghios era un hombre feliz, cuya realidad desaparecía en cuanto cerraba los ojos. El joven, en cambio, era un hombre atormentado que para olvidar tenía que entregarse al sueño. Dos destinos o quién sabe si dos caracteres.


Bacis había vuelto a cerrar los ojos, abandonándose sobre los almohadones. El recuerdo tan vivo de su dolor le alejaba de Venecia. Y el señor Aghios le dejó en paz, entregándose a sus propias reflexiones. Así que el muchacho aquel había estado enamorado y se había portado mal. Había en aquella frase una tal síntesis de aventura humana que sintió como si se encontrara de nuevo mirando el destino de los hombres desde un tren lanzado a toda velocidad, sin llegar a ver nada más que aquella parte, que era común a todos los mortales.


... Después de todo, por qué no: los animalejos llegado acá abajo se pusieron libremente a amar y traicionar y lo invadieron todo, mares y tierras, para desarrollarse sin dejar de hacer lo mismo siempre, en cada una de todas sus etapas, amar y traicionar.


... Pasaban por delante del palacio Pesaro, templo sombrío de piedras cuadradas consagrado al arte, y el señor Aghios en voz alta mencionó a Umberto Veruda, el gran pinto triestino cuya obra maestra se encerraba allí.


... Pero lo que no se podía era cometer errores, porque los errores de los viajes son irreparables. Las personas a las que se ayuda nunca las vuelve uno a ver y no hay forma humana de reparación.


... Y, sin embargo, la culpa no era de su sordera. El grito lo mismo que el llanto pueden perder efecto si las palabras que los acompañan son inapropiadas.


-Cualquier andrajo puesto encima de la mujer que uno quiere se convierte en una prolongación de ella. Es como echar a una llama un pedacito informe de metal. Cuando se pone incandescente despide la misma luz o mayor que la llama misma. Claro que hay una diferencia. Todos ven la luz, pero la belleza de los andrajos no todos la ven. Una diferencia y no chica.


... Y si no hubiera sido por esta cabeza que tengo yo tan rara que no funciona como la de los demás, habría tenido resuelta para siempre una vida fácil y cómoda. No fue Ana la que tuvo la culpa de mis males, la culpa fue de este estúpido corazón mío.


-Cuando el deseo se ha ido acumulando mucho, llega a perder su aspecto de tal, y un buen día se convierte en amor. Pasa igual con muchas cosas de este mundo, que al acumularse cambian de aspecto –dijo sentenciosamente el señor Aghios. No acababa de encontrar la comparación justa y no se quedó contento con la que encontró-: Ya ve, la alegría que produce el vino, acaba convirtiéndose en borrachera. Aunque también es verdad –añadió reflexivo- que el deseo parece ser más impetuoso que el amor que nace de su acumulación.


Quién sabe, además, si el sueño sería exactamente el que luego el señor Aghios recordó. Cuando se despierta uno de un sueño, en seguida interviene la mente analítica para hacerlo coherente y completarlo. Es como querer sacar una carta de un telegrama. El sueño es como una sucesión de fogonazos y para que haya argumento hace falta que el fogonazo se convierta en luz duradera y sea reconstruido hasta cuando no se vio nada porque no había luz. En una palabra, que el recuerdo del sueño nunca es el sueño mismo. Es como un polvillo que se deshace.


... En el fondo, Ana era un objeto de amor y era mejor que siguiera siéndolo siempre. ¡Qué encanto de mujer, que encanto! Aquellas pobres ropas que la vestían no debía quitárselas.


(Corto viaje sentimental, Italo Svevo)

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