martes, 10 de septiembre de 2013

Al romper el alba

... Deba no dijo nada. Había perdido su delicioso impudor kamba y le acaricié la cabeza agachada, que tenía un tacto delicioso, y le toqué los sitios secretos detrás de sus orejas y ella levantó la mano, furtivamente, y tocó mis peores cicatrices.


            Sentado allí tomando mi té pensaba que la escisión, en el campamento, una escisión amistosa pero una escisión en espíritu y en apariencia, no era entre los creyentes y los no creyentes, ni entre lo bueno y lo malo, ni entre lo antiguo y lo nuevo, sino fundamentalmente entre cazadores y guerreros activos y los demás. Keiti había sido un hombre de guerra, un soldado, un gran cazador y rastreador y era él quien lo mantenía a todo cohesionado con su gran experiencia, conocimiento y autoridad. Pero Keiti era un hombre conservador de considerable riqueza y propiedades y en el tiempo de cambios que vivíamos ahora los conservadores tenían un papel difícil. Los jóvenes que habían sido demasiado jóvenes para la guerra y que nunca habían aprendido a caza, porque en su país ya no había caza, y eran chicos demasiado buenos e inexpertos...


... Todos nosotros considerábamos que cualquier clase de herida o desastre que nos pasase y que no produjese lesión grave ni fuera fatal era algo extraordinariamente cómico y eso era difícil para aquel chico que era delicado y amable y cariñoso. Quería ser guerrero y cazador, pero en cambio era aprendiz de cocinero y mozo de comedor.


            –Ya lo sé. Pero, por favor, no hagas daño a otras personas.
            –Todo el mundo hace daño a otras personas.


            –Entonces de repente la tontería se hace tan real como si alguien te cortase un brazo. Cortado de verdad. No como en un sueño. Quiero decir cortarlo de verdad de un tajo como Ngui con el panga.


            –Ya lo sé –dije–. Todo forma parte de lo mismo, gatita. Nada es tan simple como parece. Yo no soy bruto con esa chica. Sólo es una manera de ser correcto.


            –Pero ahí está esa extraña brusquedad y la inhumanidad y las bromas crueles. En todos vuestros chistes está la muerte. ¿Cuándo empezará otra vez a ser todo agradable y encantador?


            –Nos enseñan tan pocas cosas en la escuela –comentó Willie–. ¿Puedes darme alguna idea general sobre los Ríos del Viento, Papá?


            –Espero que esta vez esté buena. Debe de tener una mujer encantadora porque es tan feliz y amable. Cuando la gente tiene una mujer mala se les nota lo primero de todo.
            –¿Y qué me dices de un mal marido?
            –También se nota. Pero algunas veces se tarda más porque las mujeres son más valientes y leales.


            Había problemas de diversa índole. Pero el fuego y la noche y las estrellas los hacían parecer pequeños.



... Estaba claro que los mau–maus tenían misioneros entre los masais y estaban organizando a los kikuyu que trabajaban en las talas madereras del Kilimanjaro.

(Al romper el alba, Ernest Hemingway)

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