lunes, 23 de septiembre de 2013

La última escala del Tramp Steamer

... Cuando descendí del auto el espectáculo me dejó sin habla. La transparencia del aire era absoluta. Cada grúa de los muelles, cada junco de la orilla, cada embarcación que cruzaba en un silencio irreal por las aguas inmóviles de la bahía, tenía una presencia tan neta que tuve la impresión de que el mundo acababa de ser inaugurado. Al fondo, con igual precisión, en una cercanía inconcebible, se alzaba la ciudad que construyó Pedro Romanoff para cumplir un delirio de autócrata genial y un sórdido propósito de astuto vástago de Iván el Terrible. Los blancos edificios y las relumbrantes cúpulas de las iglesias, los muelles de granito color sangre y los deliciosos puentes de estilo italiano que cruzan los canales, estaban al alcance de mi mano. Una inmensa bandera roja, ondeando sobre la fachada del almirantazgo, me regresaba a un presente cuya desleída  necedad resultaba impensable en ese instante en ese escenario sobrecogedor por la perfección de sus proporciones y la traslúcida presencia de un aire de otro mundo.


            La vida hace, a menudo, ciertos ajustes de cuentas que no es aconsejable pasar por alto. Son como balances que nos ofrece para que no nos perdamos muy adentro en el mundo de los sueños y de la fantasía y sepamos volver a la cálida y cotidiana secuencia del tiempo en donde en verdad sucede nuestro destino.


... Una y otra se complementarían en mis sueños, trasmitiéndose su voluntad de permanencia gracias a eso vasos comunicantes a través de los cuales también sucede la poesía.


... Dice el Dante que no hay mayor dolor que recordar en la miseria los tiempos felices. Pero hasta eso debemos hoy hacerlo solos y está bien que así sea.


... Esas palabras me dolieron en lo más hondo de mis sentimientos de anónimo partidario del carguero que conocí entrando al puerto de Helsinki, con la serena e imponente dignidad de los grandes vencidos.


... Dije que nunca más vi el tramp steamer, pero, en cambio, cuando volví a tener noticias suyas fue para conocer la desoladora plenitud de su historia. Pocas veces los dioses nos conceden que se corran los velos que disimulan ciertas zonas del pasado: Tal vez se deba a que no siempre estamos preparados para ello. Ignoro qué tan felices puedan ser aquéllos que consultan oráculos más altos que su duelo.


... Yo, por ejemplo, detesto el tren. Me da la impresión que son demasiados fierros y mucho ruido para un esfuerzo tan... tan necio diría yo”.


... Sólo que, en mi caso, por esa rendija se me escapó la vida. La vida que quise vivir, es claro. Esta de ahora es una tarea en donde sólo pongo el cuerpo. No es que lo hubiera perdido todo. Es que perdí lo único por lo que valía la pena seguir apostando contra la muerte”.


... Estas condiciones de hermosura y balance de Warda ejercieron en él, desde el principio, una influencia cuya profundidad y ramificaciones se fueron haciendo cada vez más evidentes y decisivas. Aunque podía sonar enfático y exagerado, el mundo había cambiado para Jon. Si el mundo albergaba a alguien así, entonces no era lo que hasta entonces había creído. Iba a cumplir cincuenta años dentro de pocos días y, de repente, todo lo que lo rodeaba tenía un aspecto por completo nuevo y desconcertante. Era muy difícil explicar. El adjudicarle el término de amor a un fenómeno tan total era caer en una simpleza, en una inaudita superficialidad. Con esa palabra se jugaba casi siempre con cartas marcadas. Aquí algo había despertado que, por ahora, no era posible encerrar en palabras.


... Se hacía la vana reflexión de que, a los cincuenta años, cuando pensaba que desde mucho tiempo atrás había cancelado esta clase de experiencias, era un tanto preocupante el caer de lleno en un callejón sin salida en donde sólo conseguiría cosechar, si se arriesgaba a seguir adelante, la ducha helada de un bien merecido rechazo. Al entrar a la desembocadura del Tajo, el corazón le palpitaba como a cualquier adolescente en la banca de un parque público.


... “Mientras esto dure, así será, como es ahora. No podrá ser de otra forma y los dos lo sabemos muy bien. Lo importante es no tratar de modificar la situación, ni dejar que otros intervengan para intentarlo. Depende de nosotros y no hablemos más de eso porque, además de aburrido, es inútil”.


... “¡No, por Dios!, no se trata de eso. Ahora no podría soportar ni siquiera la idea de no vernos más. Tengo que poner los pies en la tierra, pero te llevo conmigo. Tu me entiendes, tú lo sabes tan bien como yo. No quiero hablar de eso”. Estas y otras reflexiones semejantes fueron tema de conversación cada vez más constante a medida que iban acercándose a Kingston.


... Ahora tenía un carácter más apremiante y necesario. Cualquiera que pudiera ser la determinación de Warda respecto al futuro, me resultaba insufrible pensar que no la volvería a ver. La despedida en Kingston no podía ser la definitiva. Se me acumulaban en la mente todas las cosas que no le había dicho durante nuestra vida en común.



... Los hombres –pensé- cambian tan poco, siguen siendo tan ellos mismos, que sólo existe una historia de amor desde el principio de los tiempos, repetida al infinito sin perder su terrible sencillez, su irremediable desventura. Dormí profundamente y, contra mi costumbre, no soñé cosa alguna. 


(La última escala del Tramp Steamer, Álvaro Mutis)

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