jueves, 19 de septiembre de 2013

Por quién doblan las campanas

            La gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre. Era mejor mostrarse alegre, y ello era una buena señal. Algo así como hacerse inmortal mientras uno está vivo todavía. Era una idea un poco complicado. Lo malo era que ya no quedaban con vida muchos de buen humor. Quedaban condenadamente pocos. “Y si sigues pensando así, muchacho, acabarías por largarte tú también. Cambia de disco, muchacho; cambia de disco, camarada. Ahora eres tú el que va a volar el puente. Un dinamitero, no un pensador.


            –Oiga –dijo Robert Jordan, inclinándose hacia él, mientras metía la taza en el recipiente para servirse otra vez vino–. Oiga, si tengo que pedir alguna vez un favor a alguien, se lo pediré cuando llegue el momento.


... Estaba violando el segundo mandamiento de los dos que rigen cuando se trata con españoles: hay que dar tabaco a los hombres y dejar tranquilas a las mujeres. Pero vio también que no le importaba nada. Había muchas cosas que le tenían sin cuidado;


... Pero cuando se mata a un hombre, a un hombre que es como nosotros, no queda nada bueno.
            –No puedes clavar su pata en la puerta de la iglesia –dijo Jordan.
            –No, sería una barbaridad. Y sin embargo, la mano de un hombre es muy parecida a la pata de un oso.
            –Y el tórax de un hombre se parece mucho al tórax de un oso –comentó Jordan–. Debajo de la piel, el oso se parece mucho al hombre.
            –Sí –agregó Anselmo–. Los gitanos creen que el oso es hermano del hombre.
            –Los indios de América también lo creen. Y cuando matan a un oso le explican por qué lo han hecho y le piden perdón. Luego ponen su cabeza en un árbol y le ruegan que los perdone antes de marcharse.

            –Los gitanos piensan que el oso es hermano del hombre porque le gusta beber cerveza, porque le gusta la música y porque le gusta el baile.

(Por quién doblan las campanas. Ernest Hemingway)

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