sábado, 5 de noviembre de 2011

poema para perros extraviados

esa rara sensación de bienestar surge en los momentos
más extraños: una vez después de
haber dormido
en un banco de un parque en alguna ciudad desconocida,
me desperté con la ropa
húmeda de rocío y me levanté y comencé
a caminar rumbo al este,
hacia
el sol naciente
y en mi interior había una leve alegría
simplemente instalada allí.

en otra ocasión, después de charlar con una que
hacía la calle, íbamos paseando
a la luz de la luna, a las 2 de la madrugada, uno al lado del otro,
hacia mi cuartucho, pero yo no tenía ganas de llevármela a la cama,
esa leve alegría surgió del simple caminar a su lado
en este universo
confuso; éramos compañeros, extraños compañeros que caminan
juntos,
sin decirse nada.
de su bolso colgaba un pañuelo blanco y morado
que flotaba en la
oscuridad
mientras caminábamos,
y la música parecía venir de la luz de la luna.

y también aquella vez en que
me echaron por no pagar el alquiler y llevé la maleta
de mi mujer hasta la puerta de un desconocido, la vi entrar
y desaparecer, me quedé allí un rato, la oí reír a ella,
luego a él y luego
me fui.
iba andando, eran las 10 de una calurosa mañana, el
sol me cegaba y yo sólo notaba el ruido de
mis zapatos sobre el pavimiento y entonces
una voz: "eh, amigo, ¿podrías darnos algo?"
miré: sentados contra la pared había 3 mendigos de mediana edad,
con las caras rojas
ridículamente confusos y abatidos. "¿cuánto os falta para una botella?" pregunté. "24 centavos" me dijo
uno. metí la mano en el
bolsillo, cogí todas las monedas y se las di. "¡joder!,
gracias, hombre", me dijo.
seguí andando, tuve ganas de fumar, hurgué en
los bolsillos, toqué un trozo de papel,
lo saqué: era un billete de 5 dolares.

hubo otra ocasión, peleando (de nuevo) con Tommy el camarero
en el callejón para entretener a los clientes,
él me estaba dando la paliza
habitual, y todas las chicas con sus pantaloncitos cortos
alentaban a su musculoso machote irlandés
("¡eh, Tommy, rómpele el culo, rómpeselo bien!")
cuando sentí un click en el cerebro,
algo que me dijo por dentro
"ya es hora de cambiar" y golpeé a Tommy
bien fuerte en la sien, él me miró: un momento, esto
no está en el guión, entonces le di de nuevo y vi
cómo le brotaba el miedo como un torrente y
acabé en seguida con él. después los clientes le ayudaron
a levantarse y a entrar
mientras
me insultaban a mí. lo que me produjo esa alegría,
esa risa muda en mi interior, fue que lo logré porque
todo hombre tiene un límite.
me fui a un bar desconocido a una manzana de allí,
me senté y pedí una
cerveza
"aquí no servimos a mendigos", me dijo el camarero, "no
soy un mendigo", contesté, "tráeme esa cerveza" y la cerveza
llegó, le di un buen trago y ahí me quedé.

las sensaciones de bienestar surgen en los momentos más extraños
como ahora mientras os cuento
todo esto.


(Peleando a la contra, Charles Bukowski)

1 comentario:

Ann dijo...

Hay un pájaro azul que vive en mi corazón...