jueves, 16 de mayo de 2013

Ernesto Sabato (Parte 1)


... La diferencia, además, entre un novelista y un loco es que el novelista puede ir hasta la locura y volver. Los locos no vuelven, ni son capaces de escribir una novela de locos. Una novela es un cosmos, un orden. Y el demente vive en el desorden total.


... Más tarde comprendí la raíz del fenómeno: los seres humanos no pueden representar nunca las angustias metafísicas al estado de puras ideas, sino que lo hacen encarnándolas, oscureciéndolas con sus sentimientos y pasiones. Los seres carnales son esencialmente misteriosos y se mueven a impulsos imprevisibles, aun para el mismo escritor que sirve de intermediario entre ese singular mundo irreal pero verdadero de la ficción y el lector que sigue el drama. Las ideas metafísicas se convierten así en problemas psicológicos.



            Todas estas preguntas me han preocupado a lo largo de muchos años, pues para mí, como para otros escritores de hoy, la literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma –quizá la más competa y profunda– de examinar la condición humana.


... No creo que se logre ninguna claridad ni que se llegue a una conclusión neta y valedera si no se plantea el fenómeno de la novela como epifenómeno de un drama infinitamente más vasto, exterior a la literatura misma: el drama de la civilización que dio origen a esa curiosa actividad del espíritu occidental que es la ficción novelesca... Ninguna actividad del espíritu y ni uno solo de sus productos puede entenderse y juzgarse aisladamente en el estrecho ámbito de su ciudadanía: ni el arte, ni la ciencia, ni las instituciones jurídicas; pero muchísimo menos esa actividad que tan entrañablemente aparece unida a la condición total y misteriosa del hombre, reflejo y muestrario de sus ideas, angustias y esperanzas, testimonio total del espíritu de su tiempo.


            Decía Donne que nadie duerme en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo, y que sin embargo todos dormimos desde la matriz hasta la sepultura, o no estamos enteramente despiertos.
            Una de las misiones de la gran literatura: despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo.


... momento en que llega a afirmar Kierkegaard que “las conclusiones de la pasión son las únicas dignas de fe”.
... Y así se desacreditó lo subjetivo, así se desprestigió lo emocional y el hombre concreto que guillotinado (muchas veces en la plaza pública y en efecto) en nombre de la Objetividad, la Universalidad, la Verdad y, lo que fue más tragicómico, en nombre de la humanidad.
... Y a menos que neguemos realidad a un amor o a una locura, debemos concluir que el conocimiento de vastos territorios de la realidad está reservado al arte y solamente a él.


... Para Ortega, por ejemplo, la deshumanización del arte está probada por el divorcio existente entre el artista y su público. No advirtiendo que pudiera ser exactamente al revés, que no fuera el artista el deshumanizado, sino el público. Es obvio que una cosa es la humanidad y otra muy distinta el público-masa, ese conjunto de seres que han dejado de ser hombres para convertirse en objetos fabricados en serie, moldeados por una educación estandarizada, embutidos en fábricas y oficinas, sacudidos diariamente al unísono por la noticia lanzada por las centrales electrónicas, pervertidos y codificados por una manufactura de historietas y novelones radiales, de cromos periodísticos y de estatuillas de bazar. Mientras que el artista es el único por excelencia, es el que gracias a su incapacidad de adaptación, a su rebeldía, a su locura, ha conservado paradojalmente los atributos más preciosos del ser humano. ¿Qué importa que a veces exagere y se corte una oreja? Aun así estará más cerca del hombre concreto que un razonable amanuense en el fondo de un ministerio. Es cierto que el artista, acorralado y desesperado, termina por huir al África, a los paraísos del alcohol o la morfina, la propia muerte. ¿Indica todo eso que es él quien está deshumanizado?
            Lo que hace crisis no es el arte sino el caduco concepto burgués de la “realidad”, la ingenua creencia en la realidad externa. Y es absurdo juzgar un cuadro de Van Gogh desde ese punto de vista. Cuando a pesar de todo se lo hace –¡y con qué frecuencia! – no puede concluirse sino lo que se concluye: que describen una especie de irrealidad, figuras y objetos de un territorio fantasmal, productos de un hombre enloquecido por la angustia y la soledad.
            No obstante, Wladimir Weidlé, en su conocido ensayo afirma que asistimos al ocaso de la novela porque el artista de hoy “es impotente para entregarse por completo a la imaginación creadora”, obsesionado como está por su propio ego; y frente a los grandes novelistas del siglo XIX, dice, “a esos escritores que, como Balzac, creaban un mundo y mostraban criaturas vivientes desde fuera, a esos novelistas que, como Tolstoi, daban la impresión de ser el propio Dios, los escritores del siglo XX son incapaces de trascender su propio yo, hipnotizados por sus desventuras y ansiedades, eternamente monologando en un mundo de fantasmas”.
... llegamos a la conclusión de que los escritores más realistas son los que en lugar de atender a la trivial descripción de trajes de costumbres describen los sentimientos, pasiones e ideas, los rincones del mundo inconsciente y subconsciente de sus personaje; actividad que no sólo no implica el abandono de ese mundo externo sino que es la única que permite darle su verdadera dimensión y alcance para el ser humano; ya que para el hombre sólo importo que entrañablemente se relaciona con su espíritu: aquel paisaje, aquellos seres, aquellas revoluciones que de una manera u otra ve, siente y sufre desde su alma.

(Lo Mejor de Ernesto Sabato) 

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